jueves, 20 de agosto de 2009

Capítulo 7

Capítulo 7: Oscuridad creciente

James golpeó con fuerza una de las rocas del suelo de la Cámara.
-¡Malditos mortifagos de mierda! Nos la van a pagar…
-Te dije que deberíamos haber ido más… erais muy pocos. Pero aún así no me explico como pudisteis fallar… tres contra vosotros, es increíble que tu seas su hijo…
Antes de que pudiera darse cuenta, Albert Boot yacía en el suelo húmedo con la nariz sangrando, debido al fuerte puñetazo que le había propinado James.
-¡NUNCA TE ATREVAS A DECIR ESAS COSAS SOBRE MI!
Todos los presentes se quedaron mirando la escena, molestos.
Aquello no era como la mayoría esperaban. James había tomado el mando y su mando no debía ser cuestionado por nadie. Su posición era firme, o estaban con el, o en su contra.
Linda Hoat ayudó a Albert Boot a ponerse en pie y salieron de la Cámara, junto con muchos otros compañeros que no querían sufrir la ira de James.

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La noche anterior había sido un sueño extraño, si, pero realmente hermoso.
Ahora Ozy no podía coger un libro y ponerse a leer, lo había intentado durante toda la mañana, pero en cuanto llegaba a la tercera linea, se perdía, y tenía que releer por lo menos tres veces las cosas para comprender. Por lo tanto había bajado al Gran Comedor y había buscado con la mirada a Christian que comía sin hambre, al parecer estaba sumido en sus pensamientos, aunque intercambiaba palabras educadas con algunos Slytherins, y luego a sus amigas. Alice mostraba unas profundas ojeras y estaba pálida, quizás el maquillaje no había desaparecido del todo, por lo que parecía mas decaída de lo que estaba en realidad. Enid mas cerca de su mesa miraba su plato con aire ausente y aún no había cogido ningún cubierto, y menos aún había probado la comida.
"Pero bueno...¿Qué coño nos pasa a todos?" Pensó suspirando.
Se sentó sintiéndose algo mal por sus compañeros, al parecer había sido el único en pasárselo bien la noche anterior. Aunque siendo sinceros, se había quedado con ganas de estar con Christian un rato más, que le abrazara y le dijese algo bonito.
"Bah, demasiado cursi para la gente normal." Rió para si mismo.
Cuando miró hacia la mesa Slytherin, Christian le miraba sonriendo. Ozy le devolvió la sonrisa. De pronto se le ocurrió una idea.
Cogió una servilleta y con la punta de la varita escribió A las 9 en el Patio, tengo muchas ganas de verte. Además le añadió un smiley de un guiño.
La dobló varias veces sobre si misma.
Cuando llegó Sombra con el correo le ato la servilleta a la pata, y la envió a dar una rodeo, para un poco después posarse en la mesa de Slytherin junto a Christian.
Le dio un bocado al pudin de moras y fue a reunirse con Enid y Alice, después de asegurarse de que la nota había llegado a su destino.


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-Por los antiguos dioses... va a ocurrir otra vez... ¿Verdad?
-Si, me temo que algo va a pasar.
Los dos hombres que hablaban se interrumpieron de golpe, uno era bajito y rechoncho, muy anciano al parecer, pero con la misma energía vital que hacía unos años. Tenía una expresión de tristeza en el rostro.
El otro era más alto y más joven, pero tenía la misma expresión.
El alumno que asomaba su cabeza por la puerta, al parecer, los había interrumpido.
-Profesor Slughorn... quería preguntarle si podría prestarme algo de Glumbumble... es que verá... Mary Croutch ha comido Alihotsy y esta tan histérica que le ha arrojado una de las sillas de la Sala Común a Charles Jhonson, por suerte la ha esquivado...
-Mmm... Pasa George, creo que tengo algo guardado de la última vez que...- Comenzó a rebuscar en uno de los cajones de su despacho, mientras el alumno de Ravenclaw observaba al otro hombre, no se había dado cuenta hasta ese momento pero... ¿¡No era aquel Harry Potter en persona!?.-...!Si¡ Aquí esta, el último racimo que me queda de Glumbumble... espera un momento que lo prepare en infusión.
Slughorn sacudió su varita y una botellitas salieron disparadas hacia su escritorio a la vez que una cacerola hervía las hojas amarillas y rosadas de aquella planta. Le añadió algunos ingredientes más.
-Profesor... creo que ya se me ha hecho demasiado tarde, debería irme. Por favor, transmita las noticias a la Dirección de Hogwarts en cuanto el Profesor Weasley llegue de su viaje.
-Claro, Harry. Ha sido un placer volver a verte por aquí... y no te preocupes, informare al Director en cuanto me sea posible. Cuidate.
Cuando aquel hombre tan famoso salió del despacho, Slughorn vertió el espeso liquido de la infusión en las dos botellitas, una la guardo en uno de sus armarios, y la otra se la entregó a George.
-Llevala antes de que se enfríe, o perderá la rapidez de actuación que tiene si permanece caliente.
-Gracias profesor...- Dijo aún atónito de haber visto allí a Harry Potter.

viernes, 24 de julio de 2009

Capítulo 6

Capítulo 6: Tras la máscara.



-¡Oh, no me puedo creer que sea tan pronto la primera festividad de Hogwarts! Me alegro tanto de hacer tantas huelgas los años anteriores…
Manifestó Mara, levantando los brazos en señal de énfasis, haciendo señales a Enid y Alice para que se acercaran a la puerta de salida. Iban a comprar los disfraces a Hogsmeade y después a tomar algo a las tres escobas.
Alice se acercó a Sally, que había llegado hasta allí acompañando a su amiga.
-Venga, Sally, tienes que venir… No va a ser lo mismo si no haces el cafre conmigo vestida de cualquier chorrada…
Suplicó la chica, mostrándole la pulsera azul en la que se leía “friends” y cogiendo a Sally de la muñeca donde ella llevaba la pareja de esa, en rosa; “Best”.
-Por favor…
-Y me haces los deberes de pociones…
Agregó ella, alzando la ceja derecha con aire de negociante.
-¡Hecho!
Sally suspiró, dándose por vencida finalmente.
-Pero en todo el viaje no quiero oír ni una vez ese nombre que empieza por “A” ¿Entendido?
Alice asintió vehementemente con la cabeza. Ese día tocaba pasarlo bien entre amigas…
-¡Vamos, par, que se van a llevar los mejores disfraces y no quiero ir de rana Gustavo para conquistar a Jacob!
Apremió Mara, agitando de nuevo el brazo, esta vez de forma más cercana a la amenaza.
-Vale, vale…
Masculló Alice, arrastrando a Sally, que se dejaba caer hacia atrás, riendo, simplemente por el placer de ver a su amiga tirar de ella como si un par de dibujos animados se tratase, sin importarles en absoluto un par de malas miradas de un grupo de Hufflepuffs que estaban también en la puerta.
-¡Me pido el disfraz de Harley Quinn!
Gritó Alice, nada más dejar Sally de hacer el paripé con ella en la puerta, ya emprendiendo el camino hacia Hogsmeade.
-¡Yo Poison Ivy! Así seremos compañeras de fechorías en Gotham…
Sugirió Enid, con una sonrisa.
-Yo necesito algo que pueda gustarle a Zabinni… algo que diga “Aquí estoy yo”, que atraiga todas las miradas.
-Vístete de pene. Fijo que te miran.
Propuso Sally, haciendo a las chicas estallar en carcajadas.
-Muy graciosas, sí, tomaos a cachondeo mi dilema… pero cuando me case con él, no le pondré vuestro nombre a mi hija ¬¬
Bufó Mara, algo ofendida por la reacción de sus amigas ante su duelo emocional.
-Mejor, no seas como Harry Potter, no puedes llamar a alguien con todos los nombres de los que te cayeron bien… Albus Severus, señor…
-¿y tú, Sally, de qué vas a ir?
La chica la miró con cierto aire distraído. Últimamente no tenía demasiadas ganas de esas cosas…
-De nada…
-Yo creo que deberíamos buscarle un disfraz de Sally de pesadilla antes de navidad ¿No?
Dijo Enid, haciendo caso omiso a la negativa de la chica.
-¡Sí!
Asintieron aprobando la idea Alice y Mara, antes las réplicas de Sally.
-¡Que no!
-Pues te fastidias, somos mayoría, y no nos lo pasaríamos igual de bien sin ti, así que… ya sabes lo que te toca…
Sally sonrió, sabiéndose derrotada.
-Pero más os vale que sea un disfraz precioso ¿ok?
****
La luz apenas entraba en el dormitorio y la atmósfera casi se volvía irrespirable. Hacía un calor tan asfixiante…
Miró con anhelo en dirección a la ventana, al claro y débil resplandor que conseguía calar a través de la gruesa cortina. Ojala pudiera estar a fuera. Ya había perdido la noción del tiempo y de cuantas veces había deseado aquello a lo largo del día, de las semanas… de los años.
Se pasó la mano con cuidado por el labio para comprobar con indiferencia como una mancha oscura aparecía sobre el dorso de su mano. Aquella vez le había herido en el rostro...
Se preguntó si podría ocultarlo de alguna forma en caso de que se notara mucho…
Pero descartó la idea, quizás Marco hiciera uso de la fría decepción y cólera de la que en ocasiones le mostraba.
En ese momento se estaba levantando y poniéndose la túnica, mientras él seguía mirando la claridad.
Nunca estaría fuera…
Debería haberlo comprendido hace años, cuando hizo el juramento inquebrantable.
Y sin embargo, se daba cuenta ahora, al pensar en todo lo que había perdido. Hasta entonces, no había sentido que perdiera nada, porque de todas formas, no lo había tenido jamás.
Volver a Hogwarts le estaba destrozando.
-Levántate. Ya llegas con mucho retraso.
Lance ni siquiera se molestó en contestarle que tenía horario libre, simplemente se levantó y comenzó a vestirse, manchando de sangre las sábanas.
Estaba acostumbrado a no hablar con Marco más que monosílabos. Él era como una presencia severa y subyugadora en su vida. Por mucho que se revelara, iba a seguir encima de él, hiriéndole hasta el día de su muerte. Y si tuviera un ápice más de valor, rompería el juramento y moriría.
Pero no lo era. No lo era en absoluto.
****
Cuando la noche había caído ya y las luces de casi todo el Castillo de Hogwarts estaban apagadas, una en particular en el sector de las habitaciones de los profesores, seguía encendida aún, con un resplandor centelleante por la única vela que seguía encendida en el lugar. La habitación de Saix no era de las más grandes, pero tampoco de las más pequeñas. Un lugar donde el se sentía el rey, donde todo estaba donde el creía conveniente y donde podía ser él mismo.
Cuando había llegado se había quitado aquellas pesadas botas que le acompañaban a todas partes y las había dejado justo al lado de su baúl, a los pies de la cama para dejar sus pies al descubierto. Él y su manía de andar descalzo, y por ello había pasado por muchísimos resfriados. Había colgado su túnica en la silla junto al escritorio y se había desnudado completamente para sentirse a sus anchas. Dormir con ropa le hacía sentir cautivo de esa tela, con lo cual, prefería dormir como Dios le trajo al mundo.
No había podido concebir el sueño, como siempre, y se había dedicado a mirar hacia el techo, acompañado de aquella vela que se consumía a su lado en silencio, resplandeciendo.
Suspiró, esperando a que en uno de esos arrebatos, el Duende del Sueño llegara hasta él y le rociara con sus polvos somníferos y acabara perdiéndose en el sueño… pero nada, que el puñetero duende no venía y estaba por acabar con su paciencia. Si seguía así, tendría que tomar medidas… alguna poción o algo por el estilo que le ayudara a dormir, no podía seguir tapando aquellas ojeras que ya comenzaban a notarse en sus ojos por mucho más tiempo.
Aunque estaba desbordado de trabajo y preocupaciones, aquello no le quitaba el sueño, claro que no, solo era secundario. Lo que le quitaba el sueño era otra cosa… otra cosa que había querido dejar en el olvido tantas veces, y que siempre, siempre, siempre, había acabado por volver a su mente cuando menos se lo esperaba. Porque los recuerdos siempre estaban ahí, para hacer daño o no, se clavaban en tu corazón y se retorcían cuando menos te lo esperabas, haciéndote más daño que nada. Porque no había cosa más triste que un recuerdo feliz… Y él, tenía demasiados…
Se giró a un lado y a otro, viendo como pasaba el tiempo y el no podía dormir. Se levantó y se dirigió al baño, haber si refrescarse servía de algo… pero dudaba seriamente que echarse agua fría le hiciera entrar en un estado somnoliento.
Cuando el agua fría rozó su piel, un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Se secó la cara con la toalla y se miró al espejo. Tenía el pelo enredado de haber estado tumbado y removiéndose entre las sabanas. Negó con la cabeza, ya se peinaría a la mañana siguiente, cuando hubiera descansado y se hubiera duchado. Abrió de nuevo la puerta del baño y salió de el, la luz de la vela se había apagado. “Genial…” Aquella noche estaba acabando con su poca paciencia demasiado rápido.
Se dirigió hacia la cama y fue cuando sintió aquel olor a océano…
Se quedó quieto, casi se olvidó de respirar por un instante. Aquél olor a agua marina… Respiró profundamente cerrando los ojos. Oh, Dios…como había anhelado aquél aroma…
-Vexen…-Susurró, alcanzando su varita y con un movimiento, utilizó el encantamiento Lumus.
Sentada en su cama, con una sonrisa socarrona, había una preciosa mujer que lo miraba con unos ojos negros como la noche.
Tenía el cabello ondulado, largo y color azabache, que brillaba con la luz que desprendía la varita de Saix, vestía un sencillo vestido oscuro, con un escote en forma de v y que cubría hasta por encima de las rodillas. Sus pies, pequeños y bonitos, estaban cubiertos por unas sandalias con algo de tacón a juego con el vestido.
Simplemente, bellísima, pensó Saix, admirando aún la belleza que desprendía la joven.
-Buenas noches, Saix.-Lo saludó, con una voz sencilla y apacible.- ¿Cómo estás?
Saix dejó de iluminarla con la varita, encendiendo la vela de nuevo. Ahora, la luz de la vela, era lo único que iluminaba la estancia.
-Mejor de lo que yo mismo creo.-Fue su contestación.- ¿Y tú?
La joven se levantó, arrastrando tras ella aquella fragancia a océano que tanto agradaba a Saix, y se acercó al profesor contoneándose.
-De maravilla.
-Me alegro por ti.
-Los años te han tratado bien…
-Tampoco ha pasado tanto tiempo.-La interrumpió Saix, a la defensiva.- ¿O ya has olvidado que hace tres años que me vendiste a tu hermano? Por que yo no.
Vexen sonrió, riendo entre dientes.
-Son cosas del pasado, mi querido Saix.-Habló ella enredándose la mano en el cabello. Ahora que estaba de pie, su cabello caía hasta su cintura como una cascada azabache. Y pareció que en aquel momento reparó en el cuerpo de Saix.-Aún sigues teniendo esa manía de dormir desnudo…
-Antes no te molestaba.-Contestó bruscamente Saix, acercándose a su cama, sin quitarle la vista de encima a ella, y agarrando las sabanas para taparse.
Vexen rió tras el comentario de Saix.
-No importa que te tapes, no me molesta lo que veo.
Saix bufó.
-Mira, dejémonos de cordialidades y pasemos directamente al tema. ¿Qué demonios quieres, Vexen?-Preguntó, empezando a enfurecerse.-Y no me vengas con que tenías ganas de verme… porque eso no se lo cree ni mi madre.-Dictó.
Vexen le miró en silencio, evaluándole.
-Como has cambiado.
-Tuve que hacerlo, ¿sabes? Y no me gustó para nada… pero a lo hecho pecho, debo darte las gracias por ello.
-No me siento muy agradecida por ello…
-Ah, claro…ahora me dirás que nada salió como esperábamos y bla, bla, bla.-Pese a la brusquedad de Saix, sólo tenía ganas de hacer una cosa en aquel momento, pero su orgullo y su sangre fría, se lo impedían. No volvería a caer de aquella forma, y menos después de todo el dolor que Vexen le había causado con su rechazo y su traición.
-Sólo venía ha hacerte una pregunta, Saix.-Habló ella con sinceridad.
-Veo que sigues siendo tan curiosa como siempre.-Murmuró. “Nada de recuerdos felices, nada de recuerdos felices”, se decía, “Piensa en los malos momentos… en ese maldito castigo…”
-Sí, siento curiosidad. Y más por ti.
-¿Por mí? ¿Ahora quieres saber de mí?
-¿Por qué has vuelto?
La pregunta de Vexen le desconcertó bastante, pero no se iba abrumar por ello. Así que la miró, con una chispa extraña en sus ojos verde esmeralda.
-¿Te interesa mucho?-Terció, sentándose en la cama. Agarró su paquete de tabaco y de él sacó un cigarro que encendió rápidamente.
Vexen se sentó a su lado.
-No deberías fumar…
-Y tú no deberías presentarte en Hogwarts como si nada.-Intervino Saix, soltando el humo.- ¿Y si te pillan? ¿Qué tendría que decir yo? ¿Qué viniste a violarme?
Vexen sonrió.
-Es una buena excusa.
-Pero poco creíble.
-Aún no has contestado a mi pregunta,
-Ni lo voy ha hacer.-Instó Saix, echando la ceniza en un cenicero. Esperaba que con el humo del tabaco ahogara ese dulce olor a mar que tanto le excitaba e incitaba ha hacer cosas que se había prohibido.-Si yo he vuelto o no, es cosa mía y de nadie más.
-A mi hermano le interesa.
-Pues entonces quedará entre tu hermano y yo…
-Saxan me ha enviado… ¿Pero sabes por qué he venido?
Saix la miró con interés, sin llegar a formular la pregunta. Vexen se inclinó sobre él, y ni todo el humo del mundo podría haber eclipsado aquella fragancia que caracterizaba a Vexen. Cuando la cara de ella estuvo a escasos centímetros de él, y podía notar su respiración pausada, ella le pasó una mano por el cabello despeinado, clavando sus ojos negros en los verdes de él.
-Porque tenía muchas ganas de verte.
Saix fue a replicar, pero ella le acalló posando un fino dedo sobre sus labios.
-Pensarás que no es verdad, que me lo he inventado porque quiero corromperte de nuevo y arrastrarte a mi lado. Pero, sinceramente, te he echado de menos…
Saix se rió de aquello.
-Tengo ganas de besarte Saix, y voy ha hacerlo. ¿Me vas a detener?
Saix la miró. ¿Detenerla? Si lo estaba deseando… Había mantenido una lucha en su fuero interno y su sentido común había perdido. Lo que Vexen despertaba en él no era racional, era una bestia llena de lujuria y pasión que solo deseaba abrirle las piernas a la chica y entrar dentro de ella, hacerla gemir de placer y que llegara al orgasmo.
La agarró de la cintura y la acercó hasta su rostro, besándola con tanta brutalidad que casi la mordió. La tumbó sobre la cama, sin parar de besarla, recordando como la había desnudado mil y una veces en el pasado, comenzando a bajarle las tiras del escotado vestido y bajando por su cuello, lamiendo su cuello. Sentía ansiedad por estar dentro de ella… Y creyó oír sus gritos de placer… Otro recuerdo feliz que dolía como ninguno…
Rápidamente se separó con brusquedad, recobrando un poco de ese orgullo que le quedaba… no tenía que dejarse engatusar. Su sentido común se había levantado y seguía luchando contra la bestia de la lujuria.
-Lárgate.-Gruñó. “Lárgate antes de que no pueda contenerme”.
Vexen, se colocó bien las tiras del vestido y se levantó, echándole una mirada fría a Saix.
-Tú aún me quieres, Saix, no puedes evitarlo.
-Que te largues.
-Pienso volver… y no lo vamos a dejar a medias.-Dictó la chica, mirándole con sus oscuros ojos.
Cuando hubo desaparecido, Saix lanzó al suelo la almohada.
-Mierda, joder… hostia puta.-Rugió, empezando a lanzar cosas al suelo.
No le importaba el estrépito que estaba causando, como tampoco le importaba si alguien venía a quejarse. Con lo furioso que estaba, más le valía a nadie más molestarle aquella noche. Se lanzó sobre la cama, suspirando.
Pues bien, ahí estaba… siendo vigilado por Saxan, que había mandado a la única persona contra la que Saix no podía combatir, su hermana Vexen. Todo lo que había dejado en el pasado estaba volviendo con estridencia a su vida, haciéndole más daño de que él mismo podría soportar. Pero debía hacer, y vaya si iba ha hacer. Por él. Por Luxord. Y por todos los que creían en él. Estuvo despierto toda la noche, sin poder llegar a pensar en otra cosa que no fuera en el cuerpo de Vexen sobre su cama, preparada par él. Cuando el primer rayo de sol le sorprendió aún despierto, supo que Vexen seguiría en su memoria y en su cabeza por mucho tiempo más. Se levantó de la cama y observó el amanecer, apenado.
El último rayo de sol era el más difícil de apagar.
****
Aquel fin de semana, los alumnos de Hogwarts parecían especialmente atareados. Todo el mundo quería terminar los deberes antes de que llegara la noche del sábado, pues sería memorable. Nadie, a excepción de algunos de los alumnos, podía imaginarse hasta que punto iba a serlo…
James Potter caminaba a sus anchas por los pasillos en dirección al baño de Myrtle la llorona como años atrás lo habían hecho su padre y su abuelo, con una bolsa bajo el brazo.
La fiesta de disfraces le había dado una magnífica idea…
Hacía algunos años hubo una polémica a cuenta del baile de Halloween, acerca de si dejarlo tal y como estaba, de fiesta de gala, o por el contrario, con la infantil costumbre de los disfraces. Finalmente, se decidió tras consenso de los alumnos, que la noche de los disfraces se haría al principio de mes y se dejaría a los alumnos merodear por los pasillos hasta las tres y media de la madrugada y la noche de Halloween se mantendría en el corto baile de protocolo, debido a la cercanía de los exámenes.
Todos esos chicos enmascarados, riendo, bailando, asustando por los pasillos a sus compañeros, sin que ninguno identifique a quien tiene a su lado. Era la noche perfecta para dar el primer golpe de algo que había comenzado su padre…
Si un problema no se arranca de raíz, éste vuelve a crecer, como estaba haciendo de nuevo. Todos los seguidores de Voldemort se habían escondido los primeros años después de que éste fuera derrocado, no obstante, ya habían comenzado a levantarse de nuevo, clamando por la limpieza de sangre. Evidentemente, el criadero de los futuros mortífagos estaba en la casa más corrupta de Hogwarts, que llevaba el nombre del propio creador de la teoría de la pureza de sangre.
Slytherin.
Los Black, los Zabinni, Avery, Lestrange… y por supuesto, Gaunt y Riddle.
Apellidos todos ellos manchados y malditos. No puedes terminar con una plaga si dejas las raíces aún en la tierra, alimentándose y reponiendo lentamente bajo tus pies.
Tenía la vaga sensación de que su padre había sido muy benévolo en sus tiempos de lucha…
Y a veces la piedad se pagaba cara.
Realmente, no tenían programado nada especialmente fuerte, sin embargo… un buen susto no les vendría mal a esos fanáticos para escarmentar y pensárselo dos veces antes de seguir los pasos de sus padres.
Ellos desde luego no se distinguían por su valentía. Se les daba mejor esconderse entre las rocas y esperar, revolviéndose en su propia ponzoña y envueltos en la oscuridad para atacar por la espalda a sus enemigos. Como la serpiente que les representaba. Ellos no eran como el resto de casas. Una victoria siempre era una victoria para un Slytherin, incluso si se ha conseguido mediante medios deshonrosos.
Por eso mismo, James había ideado una manera de hacerles probar su propia medicina la noche del sábado. Aunque para él una victoria sin honor no era realmente tal, aquello no era una batalla. Sólo era la primera advertencia.
Sonrió al entrar en el baño y ver que delante del vano por el que la espectral luz se deslizaba hasta el suelo encharcado, había un buen puñado de alumnos de las tres casas virtuosas de Hogwarts.
A saber, Gryffindor, distinguida por el valor y la honorabilidad de sus integrantes, Ravenclaw, la inteligencia, y Hufflepuff, que con su modestia prodigaba con las cualidades que los Slytherin despreciaban.
Ellos y su astucia no eran más que una mente sin las trabas que para ellos suponían las leyes y la moral inculcada desde la cuna. Un Slytherin no era más que, en palabras de los psicólogos, un ser sin las limitaciones del superego.
La mente está dividida en tres zonas:
El ello, que son impulsos, deseos, desbalances…
El ego, que es el balance, que logra satisfacer las necesidades como el hambre, la sed, el sueño…
Y por último, el superego, donde habitan la moral, las reglas sociales, la conciencia, lo que uno, en definitiva hace en la sociedad.
Pues bien… James era bien consciente de que esa última parte estaba bien debilitada en sus rivales, con lo cual, no debía fiarse de ellos. No se atenían a códigos de honor.
El chico, además, era perfectamente consciente de uno de los síntomas de los psicópatas era la carencia de superego…
Saludó con la mano a todos los alumnos que se habían presentado allí. Contó a quince en total. Era más de lo que había esperado dado el nivel de compromiso y riesgo de lo que iban a hacer…
No pudo evitar sentirse feliz y realizado. La próxima vez serían muchos más, en cuanto vieran los resultados de la primera incursión, estaba seguro. Y según los rumores, fuera del ambiente agradable, relajado y distendido de la escuela de magia, se estaban levantando y uniendo todos los huérfanos, las viudas, los heridos y lisiados…
Harían pagar por todo el dolor que habían ocasionado, y una vez lo hubieran hecho, la casa Slytherin desaparecería de Hogwarts. Eran unos asesinos, y le extrañaba que aún continuaran allí y no se hubiera erradicado, como otras organizaciones nocivas, tales como lo que pasó con los nazis en Alemania.
Aun faltaba para aquello, pero le enorgullecía ser el promotor del mecanismo que dispararía a cada mago y bruja torturado a revelarse con sus pasados verdugos y hacerles pagar al fin en vez de seguir promoviéndolos, como estaban haciendo en el colegio.
-Bien… Me alegra ver cuántos somos, compañeros, y que todos nos hemos reunido aquí por la misma causa…
Algunos de los presentes manifestaron abiertamente su emoción y el arrojo que anidaban. Ni ellos mismos podían imaginar que las primeras reuniones de los mortífagos, antes de recibir ese nombre, sino llamándose “Caballeros del Walpurgis”, en honor a una fiesta pagana de brujas, eran muy parecidas a aquella.
-Ahora, sacad los disfraces que vayáis a llevar. Recordad que deben llevar un antifaz y los colores de Gryffindor para distinguirnos unos de otros. Esas serpientes no se atreverán a usar el granate y el dorado, seguramente…
Bajó la cabeza, pensativo, mientras el resto de sus compañeros de conspiración mostraban los contenidos de sus bolsas de papel, con trajes rojos o dorados de distintos diseños y máscaras de plumas, antifaces, caretas de todo tipo que pasaban de mano en mano como si de un extraño aquelarre se tratara, mientras balbuceaban en susurros y reían tímidamente, embriagados por la euforia que da ejecutar lo prohibido. Su mirada se posó de nuevo en su bolsa. Entre la tela de su detallado y magnífico traje, hecho para destacar aquella noche de luna llena del sábado, había algo más, latiendo y anhelando salir, absorbiendo el calor del ambiente que llegaba hasta él…
Era hora de demostrar hasta qué punto ellos eran superiores, aún usando algunos de los viejos trucos de sus adversarios…
-Llegó la hora de bajar a nuestra base…
Proclamó, acercándose al grifo con forma de serpiente del baño. Una de las habilidades que había heredado de su padre y de las que más detestaba tener salió a flote, brotando de sus labios, como si las palabras fueran silbidos del viento que resonaban en la estancia, ondulando los charcos con su sibilante sonido.
Sonó un sonido mecánico, como su una decena de engranajes tras ellos comenzaran a girar, abriendo una puerta que ya no podían volver a cerrar…
****
Ozy estaba en los Terrenos del Castillo sentado a la sombra de un gran árbol, con un libro en su regazo en el cual se había zambullido ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Porque cuando leía era como si todo lo que estaba su alrededor fuera una ilusión y lo que de verdad importaba estuviera en las letras de los pesados libros a los que estaba acostumbrado a leer desde hacia ya tanto tiempo. Desde que había vuelto a Hogwarts se había acostumbrado a leer casi cada día durante bastante rato, podría ser por añoranza a que alguien le diera una buena conversación, o simplemente porque se sentía solo menos cuando leía. No lo sabía a ciencia cierta, pero estaba feliz cuando lo hacía.
Por estar tan absorto, no se fijó en que un grupo de Gryffindors se acercaban a él hasta que ya estaban todos a su alrededor.
Alzó la vista del libro y los miró sin entender.
-Esto… ¿Queréis algo?-Preguntó, poniendo el punto al libro y alzando la cabeza para hablar.
Uno de ellos, delgado, alto, moreno y de ojos verdes, se adelantó.
-Estas en nuestro árbol.-Dijo, riendo socarronamente.
-Oh, vaya… No sabía que ahora los árboles pertenecieran a alguien.-Replicó Ozy.
-Pues sí, este nos pertenece a nosotros. Así que largo…
-¿Y qué pasa si no quiero irme?-Ozy se levantó, guardando el libro en su mochila.
El chico moreno le fulminó con la mirada.
-Pues tendremos que echarte de una forma no muy bonita.-Dictó empujándole.
-Venga… no iremos a llegar a las manos, ¿no señores?-Preguntó Ozy, sonriendo nerviosamente. No tendría que haber abierto su bocaza.
Y justo cuando pensó que estaba perdido y que aquellos chicos le iban a golpear o a saber qué, alguien se hizo paso entre los chicos.
Se trataba de una chica rubia de pelo corto y grandes ojos azules, fruncía el ceño y miraba al chico que había hablado con enfado.
-¿Qué demonios te crees que estás haciendo, Diego?-Preguntó, con voz dura.
El chico delgado, alto y de ojos verdes se giró a la chica y suspiró con pesadez.
-¿Me quieres dejar en paz, Enid?-Replicó éste.
-No me da la gana.
-Joder… ¡pero qué pesada!
-¿Te están molestando estos imbéciles?-Le preguntó la chica a Ozzy, con dulzura.
Éste pestañeó, sorprendido, sin esperarse nada de aquello.
-Pues…
-No le estábamos molestando.-Se apresuró a decir Diego, sonriendo.- ¿A que no chicos?
Los chicos negaron con la cabeza.
-Solo charlábamos con nuestro amigo…
-Ozy…
-…Ozy sobre… nuestras cosas. ¿Verdad, Ozzy?
Ozzy miró a Digo y supo, que si no asentía, le partirían algo más que las piernas.
-Claro que sí… Diego tiene una chispa estupenda.-Mintió.
La rubia alzó una ceja y dejó de cruzar los brazos sobre la túnica de Gryffindor, cambiando la cara.
-Anda, largaos y dejad a Ozy en paz.-Dijo, ahuyentado a Diego y sus amigos.
Diego y los otros Gryffindors dejanron solo a los chicos.
-¿De verdad que no te han dicho nada extraño?-Insistió la chica.
Ozzy sonrió.
-No te preocupes…
-En serio, puedes decírmelo, era mi primo y no me importa echarle una buena reprimenda si hace falta. Ya que no lo hace su madre, que lo haga alguien.-Explicó.
Ozzy la miró.
-Sólo me han pedido que me fuera de “su” árbol… y bueno, yo se puede decir que les he contestado.
-¿”Su” árbol? Buff, vaya idiotas.-Dijo la chica, negando con la cabeza.-En fin… me llamo Enid Valo.
-Ozy Pevensie, encantado.
-El placer es mío… ¿Eso que lees son las Crónicas de Narnia?-Preguntó Enid, interesándose por el libro que Ozy había malguardado en su mochila.
Ozy asintió.
-Lo releía…
-Y yo que aún ni lo he empezado…-Comentó Enid.-Vaya vaga que estoy hecha.
Y los dos rieron.
-¡Eh, Enid!
Enid se giró y vio a Alice acercarse a ella con prisa. Al llegar, tomó aliento.
-¿Qué pasa?-Preguntó, observando a su amiga.
-Hemos quedado algunos para echar un partido amistoso de Quidditch, ¿te apuntas?
Enid se encogió de hombros.
-Por mi bien…Alice, te presento a Ozy, mi primo diego le estaba dando la brasa. Ozy, ella es una de mis mejores amigas, Alice.-Presentó.
Alice miró al chico y le sonrió.
-Creo que te he visto un par de veces en la Biblioteca.-Dijo Alice.
-Puede ser… paso muy tiempo allí.-Contestó Ozzy.
-Vente tú también, Ozzy, cuantos más mejor.-Sugirió Enid.- ¿O no, Alice?
-¡Claro que si!
-No sé si…
-No seas tímido, hombre, ¡si seguro que te lo pasas pipa!
-Bueeeeno, vale… probaré. Un ratito.
Y los tres fueron hacia donde Alice les indicaban. Habían improvisado un campo de Quidditch y tenían sus escobas y la Quaffle de Dorian, que la había donado como símbolo de buena fe.
Alice se sentó junto a Mara y Sally y Enid se dispuso a presentar a Ozzy.
-Eh, gentuza, oídme.-Dijo para llamar su atención, Ozzy se intimidó un poco.-Este es Ozzy… Ozzy, ellas son Mara y Sally,-señaló a las chicas con las que se había sentado Alice-los que ya están jugando son Edward, Dorian y Alphonse,-y señaló a tres jugadores del equipo de Quidditch- los del fondo son Agus y Vincent-y señaló a dos chicos que echaba una partida a ajedrez mágico.
-Encantado…-Dijo Ozzy.
-No seas tímido, hombre.-Dijo Dorian, lanzándole la Quaffle.-Que aquí no nos comemos a nadie… bueno Agus puede que te de un bocado cuando le entre el hambre, pero nada serio.
Agus le lanzó un peón del ajedrez, rozando la cabellera de Dorian. Ozzy sonrió.
-¿Vamos a jugar?-Preguntó Enid.
Ozzy asintió, dejando su mochila entre la de sus otros nuevos amigos.
****
Odín corría libremente por los alrededores del castillo, mientras Edward y Dorian observaban el lago y conversaban apaciblemente. Hacía mucho tiempo que no hablaban por hablar, simplemente por el placer de escuchar al otro sincerarse. Y aún así, a Edward le daba la impresión de que Dorian siempre se guardaba algo para sí que no quería compartir. Sin embargo sabía que preguntar y abordarle sin más sería un error que sólo haría al chico encerrarse más en sí mismo. Y esperar… en fin, llevaba esperando años, desde que conoció a Dorian en primer curso, cuando aún no era ni mucho menos el Cassanova que se había vuelto en años sucesivos, a la vez de bufón de la clase. Aún así, todos le apreciaban en su especial manera, sin tomar demasiado en serio las ofensivas y constantes afirmaciones del chico.
Pero sólo Edward era capaz de vez a través de todo eso y verle a él, no el gracioso de la clase o a todas las chicas a las que había intentado engatusar. Porque debajo de todo eso, Dorian seguía siendo el mismo niño de ojos azules inmensos intimidado por lo espacioso del castillo y el barullo del resto de los alumnos. Aún estaba perdido a su manera, y su amigo comenzaba a temer que jamás encontraría un rumbo.
A pesar de ello, él seguiría allí, apoyándole, porque él era el único que conocía y comprendía la parte oscura de su vida, e incluso si algún día acababa sometido a las creencias de su familia, estaba seguro de que podría contar con Dorian, a pesar de que nunca habían hablado de esas cosas. Lo sabía, simplemente, de la misma manera que intuía que a veces, cuando Dorian creía que nadie le miraba, su mirada azul claro se volvía vacía y melancólica.
Estaba tratando de llenar un hueco, un agujero negro en su vida con chicas, buenos ratos, popularidad, pero nada conseguía si quiera tocar el fondo, mucho menos llenarlo. Todo se evaporaba, y finalmente, sentía más que nunca lo roto que en algún sentido estaba.
Claro que todo esto, eran suposiciones de Edward. Muchos años con él, y nunca le había visto desesperado o eufórico. Su estado de ánimo se mantenía siempre en una línea de seguridad, sin traspasar los bordes. No tenía ni idea de qué pasaría si un día, Dorian terminara cayendo a un lado u otro, pero a veces sentía el terrible impulso de cabrearle, de hacerle enfadar hasta que perdiera los estribos para que pudiera, de una vez, escupir todo ese odio que intuía que estaba estancado en él.
Pero el miedo de perder la amistad que tenían con ello siempre era más fuerte, y nunca se atrevió a llevarlo a cabo.
Suspiró, viendo a Odín correr hacia allí.
Dorian apretó la varita con nerviosismo, por si en algún momento tenía que utilizar “protego” para que el perrazo no lo devorase en un par de dentelladas.
Edward rió por lo bajo, extendiendo los brazos, haciéndole de esta manera una señal al perro para que se acercara. El animal no tardó más que un par de segundos en abalanzarse cariñosamente sobre Edward y comenzar a lamerle el rostro, mientras Dorian le miraba con una expresión de entre miedo y asco.
-Vale, respeto que te gusten los bichos, pero eso es muy antihigiénico…
-Me encantaría ver la cara que pondrías si te lo hiciera a ti, en serio…
Comentó Edward, rascándole debajo de las orejas al perro.
-Oye, tus fetichismos extraños te los guardas para ti, Black. Que no me van los tíos. Y tú menos.
-¿No me digas que no te van? James se va a decepcionar un montón cuando se lo cuente. Para mí que te echó el ojo en primero y está en un sin vivir… por eso te jode tanto, el amor es lo que tiene…
Dorian rió y se dejó caer sobre el césped, a las sombre de una de las torres.
Allí estaba de nuevo esa mirada melancólica.
-¿En qué piensas?
Aventuró Edward, dejando al perro marcharse de nuevo para que corriera libremente. Dentro de un par de horas lo dejaría en las casetas que habían habilitado para alumnos con mascotas algo más voluminosas. Había llegado a haber hasta un escreguto (ignoraba de quién era, pero daba por supuesto que de alguien con mal gusto). Dorian tenía una lechuza que no le daba problemas y le permitía tener el mínimo contacto con ella, mientras que Alice tenía un gato negro, Aris.
-En James. Debería echarle un polvo por compasión ¿Tú qué crees?
-En serio, Dorian. Venga ya… Alguna vez tienes que pensar en algo serio.
El chico le dedicó una sonrisa torcida, girando la cabeza para mirarle desde abajo, sin levantarse del césped.
-Uh… lo de Alice es una tapadera… ¡tú en verdad estás enamorado de mí!
Edward le lanzó una mirada divertida.
-Sí, me pillaste ¿Quieres un beso? Te recuerdo que aún estoy lleno de babas de perro.
-Ni se te ocurra acercarte a mí con sus gérmenes caninos…
Protestó Dorian, rodando por la hierba a unos centímetros más lejos de Edward.
Había echado de menos aquellos momentos durante el verano, mientras estaba encerrado en casa de su abuela, teniendo que escuchar de nuevo una y otra vez la misma acusación…
-¿y tú, Dorian? ¿Te has enamorado alguna vez?
Preguntó con calma y seriedad, contrastando con el ambiente de segundos antes. Ni siquiera sabía eso.
El chico guardó silencio, mirando hacia el cielo, por una vez mostrándose frío aún sabiéndose observado.
-No. Nunca.
-Con la cantidad de chicas con las que has estado y nunca ninguna…
Comenzó Edward, antes de que su amigo le cortara.
-No tiene nada que ver. El amor no existe. Son simplemente una confusión de sentimientos, de fantasías propias. No es algo tangible, Edward. Yo respeto que lo creas y haré lo posible para que salgas adelante… Pero yo no puedo engañarme de esa forma…
“No después de todo lo que he visto y he vivido. Sería muy estúpido por mi parte”
Edward no sabía que contestar ante eso. No podía ni siquiera imaginar que le hacía actuar así, precisamente a él. Recordó el vacío.
Su amigo no creía el amor, pero aún así, inconscientemente, lo estaba buscando con desesperación, creciendo cada vez más su frialdad con cada chica que no sentía romper la máscara que le cubría, con cada esfuerzo por liberarse en vano.
Una vez un amigo, Vincent Turner, que había abandonado el equipo el último año para dedicarse por completo a los estudios a favor de Allen, que era mucho más difícil dejarse amar, y en consecuencia, acabar amando. Era harto difícil para Dorian mostrar lo que sentía o pensaba, y como no podía hacerlo, como impedía a la gente amarlo, él tampoco podía llegar a hacerlo, no lo comprendía, simplemente, no le habían enseñado a hacerlo…
Y eso era muy triste.
Sintió un nudo en la garganta, sin articular palabra hasta que su compañero, consciente de la preocupación de Edward, comenzó a parlotear con el tono alegre de siempre una vez más.
-Deberías encerrar al bicho este antes de que se coma a alguien, Edward… o mejor… ¡Podemos amaestrarlo con los calcetines de Allen para que mate! Como en la peli esa del Hannibal Lecter donde se comían a uno… vale, se lo comían cerdos, pero tú me sigues ¿No?
Se incorporó, sonriéndole con picardía que denotaba sus ganas de animarle. No creía merecer que se preocuparan así por él, y Edward sintió un brote de fraternidad repentino que sólo le ocurría con Dorian.
-Tío, te quiero.
-Te ha quedado muy gay, lo sabes ¿No?
Se burló el Slytherin, levantándose.
-En plan hermano, ya sabes… Venga, Dorian, no fastidies un precioso momento fraternal… Diría de adoptarte, pero no querría condenarte a vivir en mi casa.
Dijo Edward, encogiéndose de hombros y levantándose también.
-No puede ser peor que la mía, créeme…
Un tono sombrío asomo un instante a su voz, sin embargo, se evaporó con tanta rapidez que su amigo no supo saber si lo había imaginado.
-Bueno… ¿Qué decías de los calcetines de Allen?
****
Percy se sentó en el sillón del director y contempló distraídamente el retrato de Dumbledore con aún cierto aire atormentado provocado por el remordimiento… No se había portado todo lo bien que debía con aquel director, a pesar de que sacrificó su propia vida en beneficio del mundo mágico, que fue mucho más de lo que hizo su en aquel entonces adorado ministerio.
Y ahora estaba él allí, en tiempos algo delicados de nuevo, al cargo y mando de Hogwarts, sabiendo que no podría dar jamás la talla como lo hizo Dumbledore, pero sin estar tampoco dispuesto a huir sin presentar batalla.
Frente a él estaba Harold de nuevo, con más noticias del ministerio. Había sido relegado a un simple cargo como mensajero y secretario por el escándalo que hubo con todos los sucesos relativos a Voldemort con él y su padre. Era lógico y aún así, Harold no le caía mal. Hizo lo que tuvo que hacer para sobrevivir. No fue un héroe, no, pero tampoco quiso ser un mártir. Puso su vida por delante de las bravuconadas y los actos heroicos y Percy lo comprendía perfectamente.
Él sólo quiso vivir, y si para ello tenía que decir que apoyaba a los Mortífagos, lo haría.
Le dedicó una mirada que trataba de ser comprensiva.
-¿Otra vez lo de los grupos organizados, Harold?
-Sí, Director Weasley… me temo que también los mortífagos podrían echarle un ojo a Hogwarts, siempre lo han hecho, al fin y al cabo, es aquí donde cayeron finalmente…
Tenía toda la razón. Además, era un centro de recolección de nuevos adeptos. Los Slytherins…
EL director pareció recordar algo y un brillo travieso cruzó sus ojos pardos.
-¿No será que vienes tan a menudo para echar un ojo a tu hijo?
Harold se revolvió en el asiento, como pillado en falta, desviando la mirada del director.
-Mi deber es informar…
La insistente mirada del director no cesó, mientras ensanchaba su sonrisa, que afirmaba que sabía la verdad.
-Está bien. También es un poco por Dorian. Algo me dice que ese chico se va a meter en problemas…
El amor paternal de Harold había despertado algo tardío, pero supuso que era normal dadas las circunstancias en las que había conocido su condición de padre. De todas maneras, se le veía preocupado, avergonzado y angustiado a la vez. Eran buenas señales para determinar que quería al chico a pesar de no haber empezado con buen pie. Lo único malo es que si seguía así, comenzaría la alopecia y ya no ligaría tanto como estaba acostumbrado…
Quien algo quiere…
-No te preocupes, Harold, no dejaré que les pase nada a los críos nunca…
“Haré honor a mi cargo, como hicieron los anteriores directores…”
El hombre suspiró, algo más aliviado.
-Lo sé, pero hay tantas cosas que escapan a nuestro control… Tantas decisiones que no podemos tomar por ellos…
Percy lo miró con aire amigable.
-En eso consiste el ser padre. Contemplar como tu hijo crece y rezar porque sus decisiones no le acaben llevando a un lado de la vida en el que no debería estar…
Harold se secó el sudor de la frente con un pañuelo, preguntándose si sus decisiones no habían llevado a Dorian ya desde niño a un lugar sombrío del que ya no podría salir más…
****
Dorian cogió la bolsa. Estaba sólo en la habitación y había echado el cerrojo. Dentro estaba su disfraz y una botella de alcohol. Edward debía de dar el paso ahora que Alice estaba más dolida… E iba a dar ese paso de una vez aunque tuviera que empujarle.

****

“You don’t really want to stay, no
(You) But you don’t really want to go
I should know that you’re not good for me!”

Allen estaba tendido sobre su cama, y sin saber cómo, leyendo uno de sus libros con total tranquilidad, como si fuera el sitio en el que debería estar…
Alice le miró de reojo desde el escritorio, temerosa. Sintió una punzada al intentar levantarse. Genial, agujetas…
-Ahg… no puedo creer que me hayan dado agujetas tan pronto… sólo practicamos un poquito el quidditch…
Se quejó, lastimeramente. Allen levantó la cabeza, con aire de sabedor, debido a sus conocimientos de botánica y hierbas curativas.
-Deberías beber agua con azúcar.
Sugirió con calma. La chica bufó, como si hubiera dicho un disparate.
-Eso es sólo un placebo…
-Tu pruébalo… funciona.
Insistió el chico, cerrando el libro, dejando el dedo entre las páginas.
-Que no… está asquerosa y además, me da pereza bajar a las cocinas…
Suspiró la chica, cogiendo las toallas para ir a ducharse.
-Como quieras, floja ¬¬… y que sepas que está rica… si no engordara, yo sólo bebería agua con azúcar.
Alice le miró de los pies a la cabeza, con los ojos entornados.
-¿Engordar? Eres un puto saltamontes, Allen.
Allen se levantó, llevando el libro consigo, algo ofendido por el comentario.
-Anda y vete al pub Mordor… Nos vemos en el salón a las doce, Alice…
La chica le lanzó una mirada desafiante hasta que le vio salir por la puerta.
Media hora después, al salir de la ducha, mientras se secaba el pelo, Allen entró por la puerta y sin mediar palabra, dejó una taza azul de agua con azúcar sobre el escritorio, sonriéndole al salir.
****
La fiesta de disfraces estaba a punto de comenzar y la decoración del castillo era colorida y tenebrosa a la vez, lo suficiente como para que los alumnos de primero se quedaran mirándola fijamente, maravillados por el aire espectral del castillo, y en el salón se iban reuniendo todos, con todo tipo de disfraces variopintos y llamativos. Enid corrió hasta el centro de la amplia sala en busca de Mara, que llevaba un traje rojo de diablesa y un tridente. Sonrió al ver que la chica iba con el traje verde de Poison Ivy y el pelo corto de un color anaranjado gracias a la magia.
-¡Estas genial!
Exclamó, haciéndola dar una vuelta para verla al completo.
-Tú estás justo como querías, llamativa y muy guapa. Fijo que a Jacob se le cae la baba.
Ambas buscaron al objetivo de sus palabras por la sala, pero parecía que aún no había llegado.
Por una esquina vieron aparecer a Alice acompañada de Sally, ambas con sus disfraces, Sally de su homónima y Alice de Harley Quinn, con su traje rojo y negro. No obstante, no era una capucha lo que llevaba, sino un gorro con los cascabeles, de manera que se podía ver el pelo corto y rojizo bajo este. Sonrió a sus amigas y arrastró a Sally hasta allí.
-Te dije que debías venir… media clase se ha girado para mirarte, que lo sepas… ¡Si es que eres más mona!
Sally hizo un movimiento de muñeca quitando importancia a las palabras de su amiga.
-No digas tonterías, anda…
Poco más tarde, Ozzy se les unió, buscando también por la sala a una persona en especial… sintió una pequeña desilusión al comprobar que aún no había llegado. Llevaba un disfraz de caballero medieval.
Todos se fueron sumando, incluso Lance, vestido de vampiro, y Enid no pudo evitar que una sonrisa asomara a sus labios.
-¿Conoces a ese?
Preguntó Mara, asombrada con la reacción de su amiga.
-Bueno, he hablado un par de veces con él…es majo. Se llama Lance.
La chica echó una mirada suspicaz a su amiga, pero no dijo nada. Mejor sería dejar que Enid se diera cuenta por sí misma de lo que le estaba pasando.
En seguida, entró un alumno que silenció toda la sala a su paso, no sólo por el repiquetear de su traje, pues la cota de malla entrechocaba con su espada enfundada, sino por la presencia.
James acababa de entrar en la sala, vestido de un aire medieval totalmente realista, como sacado de una película, desenfundando una espada con la empuñadura cuajada de piedras rojas refulgentes a la luz de las velas. Por un momento, todos los presentes creyeron ver en él a Godric Gryffindor.
Momento que Dorian aprovechó para verter el alcohol en el cuenco de ponche.
Caminando acompasadamente y con firmeza y porte altanero, James se sentó en una de las altas sillas de madera del final de la sala con algunos de sus amigos, casi tan maravillados a pesar de no ser sorpresa para ellos, como el resto.
-Jooooder… como está el patio…
Soltó Ozzy, rompiendo el silencio y tapándose la boca en seguida, consciente del error que acababa de cometer. Sin embargo, sus nuevos amigos comenzaron a reír por lo bajo, apoyándole y reconfortándole un poco.
Cuando todos se serenaron un poco, entró por la puerta Edward, vestido, para sorpresa de Alice, del Joker.
-¡Si es que las grandes mentes pensamos igual!
Sonrió, mientras se acercaba al grupo de amigos. En ese momento la sonrisa de Alice se congeló.
Edward intuyó brevemente a quien tenía detrás.
Allen, vestido de sombrerero loco, agitaba la mano en dirección a la chica de Slytherin, tras un momento de vacilación, pues llevaba un antifaz y si no era por el pelo, era difícil reconocerla.
Detrás de él, algo rezagada y saludando a unas amigas, estaba Zoe. Llevaba el pelo negro teñido de rubio platino y un vestido rosa largo, con una tiara. Escuchó murmurar, detrás suya, a Sally.
-No me jodas que la princesita va de Bella Durmiente…
Alice apartó la mirada. No quería verlo. Ellos juntos en ese momento, no…
¿Y si se besaban?
No podría esconder ante Allen todo el dolor que le produciría.
-¿Estás bien?
Le preguntó Edward, bien la cara de espanto que acababa de poner y escuchando la risa de Allen tras de sí.
-No, realmente yo…
Comenzó, pero sintió como Sally tiraba de ella, dando excusas para salvar a su amiga.
-Vamos a tomar el fresco… debe ser el calor que da el traje, que le ha sentado como un tiro… Vamos, Alice…
-¡Eh, Alice! ¿Te presenté a Zoe?
Dijo Allen, acercándose a grandes zancadas, mientras su novia le seguía, aún intercambiando miradas con sus amigas. La chica no se detuvo, simplemente siguió adelante. Sally le respondió, a cambio, con una mirada asesina que le dejó frio.
Se volvió hacia Edward, que le obsequió con otra mirada de desprecio antes de darle la espalda y salir en dirección a la mesa del ponche.
Enid bufó y se fue en dirección a Lance, para charlar un poco con él, mientras Allen buscó apoyo desesperadamente en alguno del grupo. Mara se encogió de hombros y se dio la vuelta, dando vueltas a la cola acabada en punta como si fuera un lazo de vaquero. Ozzy, que de todas formas, no sabía bien que hacer, la siguió, soltando una breve disculpa ante Allen.
-¿Qué coño he hecho ahora?
Se preguntó, más a sí mismo que a ellas, que de todas formas ya no le oían.
-Déjalas, ya sabrán… Ven, vamos con Miranda Brown, que no te vas a creer lo que nos pasó el otro día…
Bueno, dijo, volviéndose con ella, dejando que le guiara tirando de su brazo.
****
Edward llegó hecho una furia hasta la mesa, viendo como Dorian le llenaba un vaso de ponche y se lo tendía.
-¿Qué tal el primer asalto, campeón?
Su compañero le fulminó con la mirada.
-No te rías, Dorian. Yo no lo entiendo, en serio, no puedo hacerlo… Él la humilla, se burla de ella, la pisotea, está con otra… ¿Qué sentido tiene que esté así por él?
Dorian se encogió de hombros, mientras limpiaba un vaso, fingiendo ser una especie de barman improvisado al que un cliente contaba sus penas.
-Oh, mon amie. C’est l’amour.
Dijo, suspirando., mientras frotaba con más insistencia la mancha del vaso.
-Ya…
Masculló Edward, algo alterado, bebiendo de un solo trago lo que había en el vaso. Sentía la boca seca y amarga, así que tendió de nuevo el vaso, que Dorian se apresuró a llenar. Los bordes se habían manchado de pintura roja y blanca.
-No te preocupes, Edward. Te lo dije, ahora está mal. Es el momento de atacar.
-No quiero atacar… no así ¿Vale? Joder, no soy como tú.
Replicó, volviendo a beberse el contenido del vaso con suma rapidez. Sólo tras bajar el vaso y ver el rostro de Dorian cayó en la cuenta de lo cruel de sus palabras y de que esa vez, la había cagado a base de bien.
-Como quieras… yo me voy arriba, sírvete tú solito.
Dijo, soltando de golpe la cuchara sopera con un tintineo en el cuenco de cristal, dándose la vuelta aprisa.
-Oye, Dorian, perdona, yo…
Pero el chico ya se estaba alejando y saliendo por la puerta.
Arrojó el vaso con fuerza contra el suelo, sobresaltando a la gente a su lado al estallar el cristal.
-Mierda…
Suspiró, llevándose las manos a la cabeza, abatido. Comenzaba a dolerle. Cogió otro vaso más de ponche.
****
-¡Hola!
Enid se acercó a Lance con aire jovial. El aire de vampiro le pegaba como si siempre hubiera lucido los colmillos y la piel blanca. No supo muy bien por qué, pero la chica no pudo evitar volver a sonreír.
El chico la miró con curiosidad.
-¿De qué se supone que vas disfrazada?
La chica torció el gesto, haciéndose la interesante.
-Poison Ivy… Hiedra venenosa, enemiga de Batman… ¿vas mal de cultura general también?
Provocó ella, cruzándose de brazos.
Lance echó un vistazo a su alrededor, buscando a Saix, el profesor que debía supervisar e informar a Marco de sus movimientos. Estaba vestido de rockero y charlaba con otros de los profesores, así que no le dio mucha importancia.
-Mira, Enid… aquí no me puedes hablar…así… es que soy una especie de… ¿Ayudante en prácticas? Algo así, supongo… y si Saix me ve hacer algo raro, me puede echar… ¿Entiendes?
La chica le miró, al principio algo molesta, pero después más comprensiva.
-Bueno, está bien… Mejor será entonces que hablemos más tarde cuando…
Antes de que terminara la frase, Jacob Zabinni pasó como una flecha detrás de él, empujándole y haciéndole derramar la bebida sobre Enid, manchando su disfraz.
-¡Oh, perdona, lo siento!
Se disculpó Lance, moviéndose de un lado a otro sin saber muy bien qué hacer, mientras Enid le miraba, pensando en lo infantil que podía llegar a ser a veces.
-No pasa nada, en serio…en verdad, el ambiente con mis amigas está crudo, así que igual es una excusa perfecta para cambiarme y simplemente merodear por el castillo aprovechando el permiso hasta las tres y media.
Lance pareció sentirse algo mejor con eso, viendo como Enid se iba por la puerta principal en dirección a la torre de Gryffindor.
-Estabas preciosa, en serio
Dijo, con una sonrisa por toda respuesta
****
En el centro de la sala, Jacob, furioso a más no poder, buscaba con la mirada a Zoe. Sabía que estaba allí, en alguna parte. Muchos de los alumnos le miraban, asustados por el aire hostil que traía, pero eso a él le daba igual.
Por fin la vio, charlando con unas amigas y junto a ella, Allen, que examinaba su bebida con aire pensativo. No pudo contenerse más y corrió hasta la pareja, henchido de ira.
-¡Zoe!
Gritó, haciendo que la chica palideciera al instante al mirarle.
-Jacob… te dije que no quería…
-¡Mírame, Zoe, y dime por qué me estás haciendo esto!
La chica comenzó a sollozar, mirando a Allen con cara de pavor, como si temiera por que pudiera enterarse de algo extremadamente delicado. El chico no reaccionaba, sólo miraba a Jacob, expectante.
-¡Yo no te hago nada! ¡Sólo quiero que me dejes seguir mi vida! ¡No quiero estar más contigo!
Gritó ella, echándose a llorar al fin.
Jacob se acercó más, mientras la gente se apartaba, como si estuvieran haciendo un corro en espera de que comenzara la pelea. Zabinni bajó el tono al mínimo, para que sólo ellos escucharan lo que tenía que decir…
-¡Dile a él por qué, Zoe! ¿A que no se lo has dicho?
-¿El qué?
Repuso Allen, serio, comenzando a desconfiar.
-No, Jacob… no me hagas esto.
Murmuró ella, dejándose caer de rodillas, mientras Allen la socorría para que no se golpeara.
-Que somos hermanos. Y que todo el amor que afirmabas tenerme desapareció bajo esa verdad cuando te enteraste como si no hubiera sido más que humo siempre…
Susurró Jacob, abatido, tratando de acercarse a Zoe. Allen se interpuso entre los dos, alterado.
-Ya basta de gilipolleces, Jacob, déjala.
Antes de que pudiera decir nada más, Jacob le propinó un puñetazo tan fuerte que cayó al suelo, seguido del chico, que se lanzó para seguir con la agresión.
No tenía derecho a hablarle a él, un simple aprovechado que había llegado en un momento de debilidad de Zoe. No podía quererle más que a él…
Simplemente, no era posible…
La sucesión de golpes era unilateral, pues Allen, conmocionado y en desventaja como estaba, podía hacer más bien poco.
De repente, la luz de una varita se abrió paso entre la multitud hasta golpear a Jacob y derribarle.
-¡Expelliarmus!
Alice salió de entre la masa humana que se había formado alrededor del trío protagonista, agachándose junto a Allen.
-¿Estás bien?
Preguntó, justo en el momento en el que Zoe se abalanzó sobre él, abrazándole deshecha en lágrimas.
-¡Es mentira! ¡No le creas, Allen! Yo sólo te quiero a ti…
Allen asintió en contestación a la respuesta de Alice, levemente, mientras apoyaba una mano consoladora en la espalda de Zoe. Su amiga únicamente se dio la vuelta y se abrió paso de nuevo, camino a las mazmorras. Ella tampoco se sentía con fuerzas para continuar con aquella fiesta, comenzando a sentir que las lágrimas deshacían el maquillaje blanco.
Los profesores en seguida llegaron a reprender al alumno y llevarlo al despacho de Percy para que impusiera un castigo, mientras el llanto de Zoe seguía, desconsolado, resonando por la sala.
****
Mara se acercó sin mucha delicadeza a la mesa y empujó a Edward, que estaba allí tendido, hundido en sus miserias.
-¡Eh! Yo estaba tumbado sobre esta mesa antes… es mi zona de mesa sobre la que desplomarme…
Se quejó el chico, completamente ebrio. Mara esbozó una mueca tan sumamente amenazadora que le hizo reconsiderar la oferta.
-Pero si quieres, te hago un hueco.
-Está bien… necesito un trago… Mi vida es un culebrón.
Suspiró ella, echando mano al ponche. Tras aspirar el aroma, arrugó la nariz, extrañada.
-Dios, esto está cargadísimo…
-¿Tú crees?
Dijo Edward, soltando un hipido a mitad. Mara lo miró con ojos escrutadores.
-Y tanto… y créeme, que de otra cosa no sabré, pero de esto… Soy una maestra.
El chico volvió a hundir la cabeza entre las manos.
-Joder… es todo tan desastroso…
Se quejó, mientras Mara daba un largo sorbo a su vaso.
-Te gusta Alice ¿no? Ve a por ella.
Dijo, un tanto harta de soportar penas ajenas. Bastante tenía con las suyas propias. No sabía muy bien de que iba el tema de Jacob y Zoe, pero estaba claro que el chico sólo tenía ojos para ella. ¡Qué mala suerte!
-No puedo. Le gusta Allen.
-Y él la ha machacado, ergo, te toca llegar y hacerla sentir reconfortada y querida. Necesita al menos alguien que la quiera… Y tú mañana necesitaras un camión de aspirinas para la resaca.
Dio otro sorbo más. Aquello ya estaba mejor. Comenzaba a verlo todo desde la bruma agradable del alcohol.
-¿Tú crees que debería?
Balbuceó Edward, comenzando a verlo algo más lógico desde la ebriedad.
-No me seas nenaza y ve a buscarla. Arre.
Ordenó ella, a la vez que le propinaba un golpe en la cabeza, para poner, quizás, más énfasis al momento.
-Venga… yo puedo…
Se dijo a sí mismo, antes de caminar haciendo eses hasta la puerta.
****
-Ay madre… la que nos espera…
Dijo Ozzy, al cual le pasó por al lado el capitán del equipo de Slytherin.
Muchos se fueron con él, al ver que se habían acabado las peleas de momento, dejando en el salón nada más que a un par de parejas empalagosas adormecidas, apoyando las cabezas sobre el hombro de su compañero.
Ozzy suspiró. Sólo quedaba que conociera allí Mara, y no parecía estar por la labor de darle conversación. Fue arrastrando los pies hasta el balcón, aguantando las ganas de llorar de nuevo. Había sido un completo desastre. Una sucesión de desgracias una tras otra. Sally también se había ido, momentos después de que Alice dejara la sala. No la hubiera seguido aunque hubiera podido. Necesitaba estar sola.
Y allí estaba él, mirando a las estrellas y añorando el año pasado. No es que le disgustaran sus nuevas amigas, sólo que… había tantas cosas que no volverían a ser iguales y que echaría de menos para siempre, pues no iban a volver…
Escuchó pasos detrás de él, y en un primer momento, se volvió, con una sonrisa en la cara, pensando que serían sus amigos de antes, volviendo para arreglarlo. Había sido una tontería, sí, podían quizás volver….
No sentirse más solo.
Pero quien se encontraba detrás de él era Christian, que se retiró lentamente la máscara veneciana. La sonrisa se esfumó, dando paso a la sorpresa más profunda.
-¡¿Tú?!
El chico esbozó una mueca burlona.
-Ya veo lo que te alegras de verme, ya…
Comentó, con cierta acidez corrosiva. Ozzy se apresuró a corregirse, alarmado.
-¡No! Es que… yo esperaba…a otra persona.
Completó, sintiéndose algo torpe por tartamudear. Estaba muy cerca.
-¿A tu novia, quizás?
Sugirió Christian, con seriedad. Ozzy no pudo evitar soltar una risa nerviosa.
-¡Ja!... digo, no…
Se corrigió, ante la extrañada mirada de Christian, que sonrió de nuevo.
-Bien…
Su mirada le estaba poniendo cada vez más nervioso, y sentía que la brisa antes fría se convertía ahora en calor que le abrasaba la piel.
-Bueno…tú… como has tardado tanto, todos se han ido…
¿Qué le pasaba? No podía ponerse así de nervioso simplemente porque estuviera tan cerca.
Pero la verdad es que sí, sí que podía, y de hecho, se le daba bastante bien.
-Mejor así… De lo contrario no podría hacer esto sin sentirme incómodo.
Terminó de recortar la distancia entre ambos para, cogiendo con las manos el sorprendido rostro de Ozzy, darle un fugaz y efímero beso en los labios.
Ozzy trató de cogerle de la muñeca y retenerlo, pero él se apartó en seguida, volviéndose y dedicándole una última mirada pícara antes de volverse a poner el antifaz para salir hacia el salón.
Ozzy, temblando, se apoyó en la baranda del balcón, sintiéndose profundamente conmocionado.
¿Qué se suponía que significaba eso?
Se llevó la mano a los labios y suspiró.
¿A qué demonios estaba jugando Christian?
****
Agus estaba sentado en uno de los bancos de los jardines del Castillo observando las estrellas, vestido con su disfraz de licántropo que había visto en una tienda y le había acabado por fascinar. Había estado presente en la pelea de Allen y Jacob, y había sentido ganas de entrar y tener un poco de acción, pero Alice había acabado por interceptarle antes y no podía haber hecho nada.
Observó como cerca de él pasaba un individuo que había visto hablando con Enid en la fiesta y se dirigía al Lago algo furioso. Se encogió de hombros y siguió a lo suyo sin presentar más atención que a las estrellas.
-Hola.
Cuando se giró, se sorprendió de ver a una chica menuda, de cabello anaranjado, de tez blanca y con pecas, que le miraba tímidamente.
-Hola.-La saludó.
-¿Pu-puedo sentarme co-contigo?-Preguntó ella, iba disfrazada de gata negra y le daba un toque adorable.
Agus se encogió de hombros.
-El banco es de todos.-Contestó, haciéndola un hueco y volviendo a mirar las estrellas.
La chica se sentó a su lado, haciendo ruido con el cascabel que llevaba a forma de collar. Parecía algo nerviosa y se quedó en silencio, observando en la dirección en la que él miraba.
Agus la echó una mirada rápida, siéndose sincero la chica era muy guapa y estaba bien…
-Me llamo Agus.-Se presentó, para romper el silencio.
-Lo sé… digo… yo soy Yanin.-Dijo ella con timidez, sin mirarle.
-Encantado.
-Igualmente…
Y nuevo el silencio los acompañó durante algunos minutos.
-Tú ya sabías quién era yo, ¿verdad?-Preguntó Agus, mirándola con interés.-Y has venido aquí para acercarte…
Yanin se sonrojo, bajando su mirada al suelo, sin contestar y entrelazando los dedos con la larga cola negra que venía con el disfraz, el cascabel sonaba a su vez. Agus sonrió.
-Eres muy mona.
Yanin pegó un brinco, roja como un tomate.
-Gra-gracias…
Agus rió.
-Me encantan las chicas tímidas, les veo algo adorable que siempre suele atraerme.
Yanin le miró, entre sorprendida y sonrojada.
-Tú y yo acabaremos llevándonos bien…-Sonrió Agus.
****
Los chicos de James y él mismo (aunque sólo iban cinco, pues el resto seguía a los profesores y pegaba carteles) habían acorralado a un Slytherin. Justo el que buscaban, Alphonse Riddle. No era más que un crío de catorce años acurrucado entre las vendas de su disfraz de momia. Lo que no había impedido, por supuesto, los golpes recibidos. La sangre de su labio goteaba sobre las vendas, tiñéndolas de carmesí.
Estaba aterrorizado, perdido y solo, así que lo único que pudo hacer es correr, huir despavorido hasta que su corta carrera acabó al pie de unas escaleras, donde al fin lo atraparon.
-¡No! ¡Por favor, soltadme!
Comenzó a gritar. El eco rebotó por las paredes de la mazmorra, perdiéndose en el silencio.
-Nadie va a venir a ayudarte, asqueroso mortífago.
El niño sollozó, llevándose las manos a la cara, contemplando con horror la sangre que brotaba de su labio.
-¿Estás seguro?
Un chico apareció en seguida en la esquina. No se le podía ver la cara debido a la máscara con lo cual ninguno supo muy bien definir quién era.
Durante unos instantes, se produjo un tenso silencio, después, el chasquido de las varitas al realizar los hechizos.
Dos Expelliarmus alcanzaron al desconocido de la máscara después de que él ejecutara un Desmaius sobre uno de los acompañantes de james, lanzándole hacia atrás y haciendo que se golpeara contra la fría piedra de la pared de la mazmorra.
-¡Incarcero!
Una cuerda fina pero larga se enroscó sobre los pies de James, haciéndole caer y enrollándose en torno a los otros magos que le acompañaban.
Detrás de ellos, bajando por las escaleras, estaba Alice, que acababa de sacar su varita de nuevo (ventaja de tener un gorro con cascabeles a modo de bolso) y apuntaba a los agresores.
-¡Desmaius!
Gritó de nuevo el chico de la máscara, haciendo caer a James inconsciente al suelo.
-Vámonos de aquí… Apremió el muchacho, cogiendo a Alphonse del brazo para que se levantara y haciendo señales a Alice, sin dejar de estar alerta, con la varita enhiesta. La chica asintió y bajó, sin dejar de apuntar a los agresores, hasta desaparecer por un corredor.
A los quince minutos ya pudieron dejar de estar alerta, pues probablemente, si no los habían asaltado ya, no volverían.
Alphonse, aún con las lágrimas en los ojos, pero sonriente, observó a sus dos salvadores con aire risueño. Sus primeros amigos allí.
A pesar de tener catorce años, debido a su estancia en el extranjero hasta entonces, el poder mágico de Alphonse había permanecido desaprovecha, pero al llegar a Hogwarts con esa anormal edad, se dieron cuenta de que, la clase que le correspondía en medida a su control, adquirido por sí solo y su poder eran equiparables al último curso allí…
Eso, junto a su apellido, fue lo que hizo temer a los profesores un retorno.
Sin embardo, a la luz de los candelabros con esa sonrisa inocente, aunque ensangrentada, no parecía especialmente amenazador.
-Me llamo Alphonse… muchas gracias por… ya sabéis… salvarme.
-No hay de qué… ahora e lo pensarán dos veces antes abusar de nadie…
Afirmó Alice, alzando el puño en señal de ánimo.
-Lo dudo seriamente. Volverán. Por eso es mejor que no vayas sólo por los pasillos ¿De acuerdo?
Apremió el chico. Parecía algo incómodo con la situación. Alice le veía algo familiar, pero no terminaba de determinar el qué.
-Es que… no tengo amigos con los que ir.
Murmuró Alphonse, casi en tono inaudible, bajando la cabeza y clavando la mirada en el suelo.
Tras un silencio, Alice al final cedió.
-Bueno, ahora sí… Será mejor que vuelvas a la sala común de Slytherin. Siempre que necesites algo, pregunta por Alice y…
Miró al muchacho que estaba en pie junto a ella, esperando a que dijera su nombre.
El chico sonrió, complacido ante su anonimato.
-El fantasma de la ópera.
Dijo, haciendo una reverencia ante Alice y Alphonse, haciendo hondear la capa negra.
El chico rió, divertido, y ella bufó, también ciertamente intrigada.
-Pues menudo fantasma estás hecho, sí. Ahora, Alphonse, entra. Yo iré a informar a algún profesor de esto…
-Mejor no vayas sola, si te cogen, no creo que esta vez tengas tanta suerte.
Alice le miró con tono recriminatorio.
-Fui yo la que te salvó ¿Recuerdas?
El muchacho calló, antes de simplemente, volver a sonreír con picardía. La chica le devolvió una mirada extrañada y empezó a caminar, ajena a que quién se ocultaba tras la máscara era Dorian.
****
Saix estaba sentado en una de las mesas con su baso en la mesa, hasta en fiesta tenía trabajo… Suspiró, bebiendo un poco y notó que no era ponche normal. Pero sonrió, estos jóvenes… ¿en qué fiesta no había echado el mismo alcohol en la bebida? Aunque alguna que otra vez le habían pillado. Dejó el baso de lado, echándose hacia atrás en la silla. Su disfraz de rockero le había salido barato, ya que todas esas cosas ya las tenía él. Se colocó el chaleco baquero y se levantó, ya se había cansado de la fiesta… y aunque estuviera de vigilante hasta las tres, se iba a dormir, que con suerte podría dormir una noche de verdad.
Cuando salió del Gran Comedor y se encontró con alumnos rezagados que o volvían a la fiesta o se iban ya, le entraron ganas de gritar con todas sus fuerzas. Cuanta falsedad estaba viviendo en tan poco días. Salió al los Terrenos del Castillo a que le diera un poco el aire, de nuevo no podría dormir y al menos, así vigilaría que los alumnos no hicieran cosas “extrañas”. Cuando salió vio las típica parejas mirando las estrellas, en los bancos o tirados en el césped. Y sintió un nudo en el estómago… él también había vivido aquellos momentos con chicas… con una en especial. Una que olía a la fragancia del mar y que recordaba a una playa.
Cuando se volvió comenzando a caminar hacia las puertas, sintió el aroma y apoya en las paredes del castillo la vio, disfrazada de algo que no entendió muy bien. Llevaba un vestido completamente negro y una capa de igual color, con su cabello azabache recogido en un moño.
La miró alzando una ceja.
-¿De qué se supone que vas?
-De Morgana, por supuesto.
-Genial, las dos sois igual de brujas… ale, buenas noches.
Y comenzó a caminar, Vexen le interceptó.
-¿Por qué eres tan borde conmigo?
Saix la miró.
-Pues porque me jodiste la vida… y ahora me las estás volviendo a joder con aparecer tanto por aquí… quiero que te vayas, Vexen, y que no vuelvas más. Marco tiene rondando por aquí a uno de sus chicos y podría decírselo a tu hermano, ¿quieres eso?
-Él sabe que vengo.
-Genial, con eso me demuestras muchas cosas.-Dictó Saix.
-Eh venido a terminar lo que empezamos el otro día…
Saix respiró, aspirando el aroma de Vexen. “Joder, si me vuelve a insistir no podré contenerme”. Siguió caminando, dejando a la mujer atrás.
-¿No quieres hacerme tuya, Saix?
Saix se paró. Pues claro que quería… lo deseba, lo necesitaba. Oh, mierda… de nuevo la bestia de la lujuria amenazaba por salir. Vexen caminó hacía él y le pasó una mano por su fuerte espalda. Saix cerró los ojos con el contacto de la joven, sintiendo como el calor abrasaba su piel. La agarró con brusquedad y la abrazó, inspirando su olor, se separó de ella y la besó, la besó como nunca antes la había besado.
Vexen le correspondió, colgándose de su cuello.
Saix buscó un aula abierta y entró, cerrando a la vez que comenzaba a desvestirse. Vexen soltó una risita, sentándose sobre un pupitre. Saix sabía que aquello estaba mal, pero sus ganas podían más que su orgullo y su dolor, y tenía ganas de echar una cana al aire.
Cuando llegó hacia Vexen volvió a besarla, acariciándole el cuerpo, ella se estremeció con su contacto y bajó su lengua por su cuello hasta su escote. Le agarró un pecho y comenzó a acariciarlo, a la vez que ella soltaba un pequeño gemido. Le abrió las piernas con su rodilla y ella las enrolló en su cintura, sintiendo un voluminoso bulto en los pantalones del profesor rozando su vagina.
Ella bajó su mano y acarició la entrepierna de Saix sobre el pantalón, Saix jadeó, disfrutando del contacto. Le bajó las tiras del vestido, dejando al descubierto sus dos perfectos pechos y se los lamió con ansia, mordiéndole uno de los pezones. Vexen saltó un gemido de placer y se mordió el labio inferior, para reprimir futuros gemidos.
Él comenzó a desabrocharse los pantalones con ansía y poder y se los bajó, Vexen metió la mano por entre su ropa interior y acarició su sexo lentamente, Saix se arqueó tras eso. La miró a sus ojos verde esmeralda y la volvió a besar, tumbándola en el pupitre. Bajó una mano por su vientre hasta llegar a su vagina, allí comenzó a acariciar el sexo de la joven, que se arqueaba de satisfacción y cuando la notó lo bastante húmeda, introdujo primero un dedo, luego dos y los subió de nuevo, lamiéndoselo. Le recordaba al sabor de las fresas y aquello hizo que se excitaras todavía más, preparó su miembro y lo introdujo por la vagina de Vexen con cuidado. El gemido que soltó Vexen le excitó tanto que pensó que se correría en aquel momento.
La volvió a besar, moviéndose en su interior, primero con embestidas lentas y luego más rápidas. Ella jadeaba de placer y él se reprimía por no hacer más ruido. Dios, había nielado tanto aquello…
Cambiaron de posición, Vexen se puso boca abajo y Saix se introdujo por detrás, cogiéndola de los pechos a la vez que le mordía una oreja a Vexen. Notaba como poco a poco, ella llegaba a su clímax, sintiéndola húmeda y resbaladiza.
La embistió una y otra vez, y pronto él también llegó al clímax con ella, con un jadeo de placer y se desplomó sobre ella.
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de aquella forma, con alguien a quien quería de verdad…por mucho que le llegara a molestar. Por que en el fondo, seguía tan enamorado de Vexen como la primera vez. Se quitó de encima de la chica y se sentó en una de las sillas a descansar.
-Ya tienes lo que querías…-Dijo, sacándose su paquete de tabaco y encendiéndose un cigarro. Inhaló el humo, cerrando los ojos, que bien le había sentado aquello.
Vexen comenzó a vestirse, con una sonrisa divertida en los labios. Se bajó de la mesa y se sentó en el regazo de Saix, besándole de nuevo, pero él se apartó.
-Esto sólo ha sido sexo…-Dijo.-Para que quede claro… tú y yo no tenemos nada ni vamos a volver a tenerlo…-“Me juego demasiado”
Vexen le miró.
-Acabarás por volver a caer en mi red… Y lo sabes perfectamente, por mucho que te hagas el duro, Saix Springfield.-Dictó Vexen, levantándose de encima del profesor.
Saix soltó el humo con una sonrisa.
-Bueno, pero de mientras puedo disfrutar de mi libertad…
-A veces eres insoportable.
-Toma ya, ahora tenemos otra cosa en común, porque tú no te quedas corta.
Vexen le miró duramente.
-Esta actitud nueva tuya no me gusta nada…
-Pues vas a tener que ir acostumbrándote si quieres que “caiga en tu red”.-Dijo Saix, dándole una calada al cigarro.-Porque me va muy bien siendo así.-Y soltó el humo.
Vexen suspiró, derrotado.
-Debajo de esa fachada de duro vacilón está el Saix del que yo me enamoré…
-Pues yo aún no reconozco a la Vexen de la que me enamoré… Debe estar por ahí escondida, me supongo.-Dijo Saix, apagó el cigarro y lo hizo desaparecer.
Se levantó de la silla y comenzó a abrocharse los pantalones, indiferente.
Vexen sonrió.
-Me da morbo este nuevo Saix… acabará gustándome…-Dictó.-Buenas noches, Saix.
Y salió por la puerta dejando solo al profesor.
Saix suspiró, aquello no iba ha hacer bien… pero era lo que había querido. Se colocó bien la ropa y salió de la clase, con la varita aún en la mano.
****
Dorian, vestido de Fantasma de la Opera se dirigía con Alice, que iba de Harley Quinn, de nuevo hacia la fiesta y justo cuando salía, Alice se paró de repente. Aquello extrañó al muchacho que miró en la dirección en que lo hacía ella. Allí estaba Allen, con Zoe de la mano y ella le hablaba mientras él la escuchaba en silencio. Y cuando ella acabó de hablar, Allen la abrazó con fuerza y ella lloró en su pecho.
Dorian hizo una mueca, sabiendo lo que venía después. Se giró hacia Alice, que apretaba los puños con fuerza y apretaba la mandíbula, harta de todo y de todos.
-Esto…-Empezó Dorian.
Alice, que no sabía de quién se trataba, se giró hacia el chico y lo agarró por los hombres, besándole con furia. “Lo mejor que puedes hacer es liarte con otro para que vea que no le importa”, fue lo único que lo que pensó en aquel momento.
El Fantasma de la Opera, se sorprendió ante aquello, pero no se separó de Alice, cogiéndola de la cintura. Sabía por qué la chica estaba haciendo aquello y la iba a ayudar, aunque ella no supiera que era él… total, no tenía por qué enterarse. ¿No?
La apoyó en la pared y la besó, siguiendo el juego de Alice. Por el rabillo del ojo observó a Allen que miraba, entre divertido y sorprendido, la escena.
-¡Serás hijo de puta!
Dorian y Alice se separaron, y ante ellos, un Joker con las facciones de Edward y bastante ebrio, les miraba, entre enfurecido y mareado.
-¡Quita tus sucias manos de encima, cabrón!-Y agarró a un Dorian que no se esperaba para nada aquella reacción ante su amigo, pero gracias a Dios no le había reconocido.- ¡Como puedes aprovecharte así de una chica!
Dorian fue a replicar, pero Edward cerró el puño y le golpeó en la cara con fuerza, tirándole al suelo.
-Au…-Dijo Dorian, llevándose la mano a la cara.
-¡Te voy a matar!-Exclamó Edward, sacando su varita de los bolsillos del traje lila.
Alice se puso en medio de los chicos.
-¡Edward, basta!-Le ordenó, quitándole la varita.
Dorian aprovechó para ponerse en pie, aún con la mano en la cara, “Joder, como pega el cabrón…” La capa ondeaba con sus movimientos, por suerte la máscara no había salido disparada con el golpe.
-¿Por qué me haces esto, Alice?
Alice le miró, sin entender.
-¿Hacer qué?-Preguntó Alice.
Edward la miró y con ojos sinceros habló como nunca había hablado.
-Te quiero… Joder, te quiero con todo mi corazón. No puedo evitar esto que siento por ti, y mierda, me odio a mí mismo por hacerlo…
Dorian se sorprendió ante la declaración de su amigo, pero más se sorprendió Alice. Y fue entonces cuando Dorian aprovechó para escaquearse, sabía que si Edward le reconocía le perdería… y por muy brusco que había sido antes con él, no iba a perderle. No iba a permitir que el chico saliera de su vida o él de la suya. Iba a ser su amigo ante todo… y vale que hubiera besado a la chica de la que estaba enamorado, pero nadie más que él lo sabía, y no se volvería a repetir… aunque la chica besara estupendamente. No puedo evitar sonreír, ahora todo quedaba en manos de las palabras que Alice contestara y de la reacción de Edward. “Vamos, campeón, tú puedes”
Alice miró a Edward, tenía la pintura de la cara más corrida de lo que debería, el pelo sudado y enmarañado y estaba borracho. Pero sus ojos eran sinceros. ¿No decían que los bebés y los borrachos siempre decían la verdad?
-Me… ¿Me quieres?
Edward asintió y se tuvo que apoyar, porque se estaba mareado.
-Me cago en quién ha echado alcohol en el ponche…-Murmuró, llevándose una mano a la cabeza.
Alice se acercó hacía él.
-Edward… no sé que decir.
Edward la miró.
-Yo ya he dicho todo lo que tenía que decirte… Y joder… cuando te he visto morreándote con ese capullo, que por cierto aún tengo que partirle la cara, se me ha caído el mundo encima…-Declaró Edward, intentando ponerse recto.
Alice sonrió.
-Aunque hayas hecho esto… sigues siendo especial para mí, y tu sonrisa puede resucitarme de cualquier cosa.-Edward la observó, y se mordió el labio inferior.-Siento… siento haber sido tan brusco…-Dijo, y buscó al individuo… pero se le había escapado. Cuando se enterara de quien era, iban ha haber más que palabras entre ellos dos. Buscaría a Dorian y juntos le meterían la paliza de su vida…-Aprovecharse así de ti, es que hay que ser hijo de puta…
-No se estaba aprovechando de mí.-Se defendió Alice.-Simplemente estaba haciéndote caso… ni si quiera sé quién es.
Edward la miró extrañado.
-¿Haciéndome caso?
-Sí, ¿no fuiste tú quien me dijo que me enrollase con otro para mostrarle que no me importaba?
Edward hizo un mohín.
-Si, bueno… pero con alguien a quién conocieras mujer… Pero aquí estoy yo sin problemas ¿eh?-Y sonrió.-Que no voy muy bien, lo admito… pero puedo ser un tigre si me lo propongo.
Alice se rió, sonrojándose.
-Anda, vamos… te voy a meter en la cama y así se te pasa el mono. Ya verás tú que resaca vas a tener mañana.-Alice se pasó un brazo de Edward por los hombros.-Hay que ver…
-Si te quieres meter conmigo en la cama, puedes sin problema.
Alice le miró.
-Ya, Edward, descansa…
-A sus órdenes mi comandante.
****

La débil iluminación del castillo apenas llegaba hasta el borde del lago. Las aguas esa noche se veían oscuras como la pez, reflejando la luna perfectamente entre a negrura profunda y espesa.
Lance caminaba junto a la orilla, pensativo. Había recibido una carta de Marco, y no había hecho más que traerle de nuevo a la realidad…
¿A qué creía que estaba jugando?
Él no debería estar allí, no era un sitio para alguien como él.
Sintió como la marca del antebrazo le ardía de nuevo y gruñó, llevándose la mano hasta la zona dolorida. Sólo necesitaba un poco de tranquilidad para poner las cosas en su sitio…
Y lo peor es que sentía que en lugar de caer en la profunda depresión acostumbrada desde que perdió por completo su libertad, se estaba poniendo cada vez más furioso. Quizás contra Marco, contra Hogwarts, o contra…
Se paró en seco. No quería pensar en eso.
Ahora, su tristeza se estaba convirtiendo en ganas de arremeter contra su maestro, aún sabiendo que ello significaba la muerte.
De nuevo observó las oscuras ondas que hacía el lago, en silencio más que por voces apagadas que le llegaban desde el castillo.
¿Qué haría a partir de ahora?
Tal vez lo mejor sería esquivarla, sí…
Aunque no creía que fuera fácil darle esquinazo a Enid. Ella no era de ese tipo de chicas.
Frunció el ceño, reprendiéndose a sí mismo.
¿Es que acaso él la conocía lo suficiente como para saber qué tipo de chica era?
Evidentemente no, pero aún así, tenía la sensación de conectar con ella de alguna manera…
Se limpió el maquillaje blanco con el dorso de la manga larga de la chaqueta negra, dejando a la luz las marcas amoratadas en su rostro.
Escuchó pasos detrás de él y en seguida se volvió, alerta, sacando la varita del bolsillo, para encontrarse con Enid, que llevaba un vestido blanco de algodón.
Ya se había quitado el disfraz manchado de refresco y el pelo le había vuelto a la normalidad, a su color rubio.
Le miraba con una sonrisa desafiante.
-¿Te asusté?
Preguntó, curiosa. Lance iba a devolverle la sonrisa cuando se llevó la mano al bolsillo y encontró la nota de Marco.
-No… será mejor que te vayas a tu cuarto.
Contestó, con tono impersonal, dándose la vuelta de nuevo hacia el lago.
-No te pongas ahora en plan borde conmigo y dime qué te pasa, venga. Somos amigos.
Dijo Enid, acercándose al chico y tratando de apoyarle una mano en la espalda.
-¿Tú crees? Deberías tenerme miedo…
La chica se rió, creyendo que se trataba de otra de las bromas o las bravuconadas de Lance.
-¿Miedo? ¿Por qué iba a tenerte miedo? Eres inofensivo… y un poco inútil, no nos engañemos.
Añadió, bromeando sin ningún tipo de mala intención. Lance se volvió de repente, cogiéndola del brazo y empotrándola contra uno de los salientes de roca que creaban desniveles junto al lago, sorprendiéndola y haciéndola soltar un grito.
-¿Sigues estando tan segura ahora de que no debería darte miedo?
Preguntó, apretándole las muñecas, con un tono frío y desapasionado, mientras Enid forcejeaba, ahora sí, asustada. Lance estaba muy cerca, empujándola contra la roca, que se clavaba en su espalda. Podía sentir como le latía el corazón en el pecho, pues lo tenía pegado a su piel. No pudo más que balbucear, completamente abrumada por la mirada incendiaria del chico.
-¿Te doy miedo ahora?
Volvió a preguntar, pegándose aún más contra ella, pasando los labios por el cuello de la chica.
-M-me estás…haciendo daño en las muñecas, Lance…
Éste, que por un momento, había perdido completamente la noción de su alrededor, percibiendo el olor del cabello de Enid, se apartó de ella como si su contacto le quemara, algo avergonzado, pero aún serio.
-Lo siento.
Contestó, secamente, apartándose.
-¿Qué te ha pasado? No sueles ser…así.
Aventuró a preguntar Enid, algo cohibida por la escena que acababa de darse…
El chico la miró, volviéndose. Su figura, débilmente iluminada se recortaba contra el negro lago y la luna prendía el cielo, junto a él.
-Sí suelo ser así. Sólo que no contigo.
Pronunció las últimas palabras con melancolía, llegando en cierta forma, a mover algo dentro de Enid, que se quedó callada, mirándole, pugnando por no acercarse más, que era lo que realmente estaba deseando, pero no sabría si definir como prudente.
Una música dulzona, proveniente del castillo, comenzó a sonar, aliviando un poco el ambiente.
-I don’t want to miss a thing…
Susurró Enid, ensimismada. Se estaba dando cuenta de que también había echado de menos algo durante todo el día…
-Es una canción preciosa. Aunque un poco exagerada.
Concedió finalmente Lance, sentándose recostado contra la roca, aún algo melancólico. Enid se apresuró a sentarse a su lado, con una mueca de disgusto.
-No es exagerada. Es el amor, que es así ¿No has estado enamorado, o qué?
En seguida se arrepintió de haber hecho la pregunta. No sabía si quería saber la respuesta.
-Puede.
Contestó, simplemente, con un tono burlón, haciéndose el interesante.
-Deberías haberte disfrazado de fantasma, te pega más, Cásper…
Rió ella, alzando la cabeza. La canción había cambiado y escuchó, embriagada de felicidad, del placer de estar allí, contemplando la luna, junto a Lance, sintiendo la brisa de la noche sobre su piel.

“Es por ti que veo ríos donde solo hay asfalto
Es por ti que hay océanos donde solo había charcos
Es por ti que soy un duende cómplice del viento
Que se escapa de madrugada
Para colarse por tu ventana…”

-Venga, vamos a bailar…
Sugirió ella, levantándose y tendiéndole la mano.
-Ni hablar, nací sin ritmo…
Se quejó lance, aún así, levantándose.
-¿Te crees que yo sé? Es sólo para no estar todo el rato amuermados… vamos, prueba… puede ser divertido.
Lance la cogió por la cintura, con poca decisión, y entrelazaron las manos, mientras trataban cada uno de balancearse en una dirección contraria, riendo.

“Y decirte, tus labios son de seda, tus dientes del color de la luna llena.
Tu risa la sangre que corre por mis venas.
Tus besos la tinta de mis versos, que siempre te cuentan…”

Cada vez, el movimiento iba más lento, cada vez sus rostros estaban más juntos, mientras las ondas del agua que llegaban a la orilla acariciaban la suela de sus zapatos y la música les guiaba, parando el tiempo por un instante enteramente suyo, alejado del mundo que había sido hasta entonces el suyo. Enid pasó las manos tras el cuello de Lance, con cuidado, mientras el chico seguía mirándola a los ojos, sin sonreír, completamente disuelto en la mirada azul claro.
Cuando se llevó la mano al cuello, palpó un colgante de metal que parecía un pentáculo, pero con un corazón, en lugar de una estrella.
Lo miró un instante, ensimismado, haciéndolo girar entre sus dedos.
-A cambio de que me dejaras huir aquella noche. Estás confraternizando con el enemigo.
-Lo sé…
Murmuró, sonriendo, sin que ella supiera hasta que punto eso era cierto.
Enid de repente le miró con seriedad. Al principio creyó que quizás sólo era el maquillaje o la escasa iluminación, pero allí, tan cerca de Lance, pudo ver perfectamente las heridas de su rostro.
-Dios mío… ¿Qué te ha pasado en la cara?
Preguntó, alargando la mano hasta el rostro de Lance. El chico la interceptó y se apartó bruscamente. Marco acababa de irrumpir de nuevo en su mente.
-Nada… ya son más de las cuatro…deberías volver a tu dormitorio...
Enid le miró con tristeza, sin comprender.
-Si es lo que quieres…
Dijo, con tristeza, y alguna esperanza de que la retuviera.
-Hasta mañana…
Se despidió él, sin mirarla, sentándose de nuevo contra la roca.
¿Qué estaba haciendo?
Mientras Enid emprendía de nuevo el camino al castillo, le escuchó cantar unos instantes y se detuvo, escuchando su voz, en silencio, inundándola una punzante tristeza.

“With the venenous kiss you gave me, I’m killing loneliness…”

miércoles, 22 de julio de 2009

Capítulo 5

Capítulo 5


Saix estaba en el despacho que le habían asignado corrigiendo unos pergaminos que había recogido en un par de clases, el nivel parecía ser bueno, y se sintió orgulloso de ser el sucesor de MacGonagall. Todo estaba tranquilo y justo cuando acabó con el último de un chico de tercero llamado Henrry Peterson, se puso a recoger para irse a la cama. Estaba cansado de aquel primer día y tenía unas ganas tremendas de desnudarse y meterse entre las sabanas limpias de su cama, dejar la mente en blanco y que el sueño le recorriera por completo y le llevara a esos mundos donde su subconsciencia mandaba y él solo era un personaje más de una lista angosta y vacía. Metió los pergaminos de los alumnos en su carpeta y cuando fue a cerrarle, un brillo rojo y cegador le cegó llegando por la ventana.
Frunció el ceño, sacó su varita y salió del despacho sin pensárselo dos veces. Vaciló en llamar algún otro profesor, pero no lo hizo… quizá fuera un alumno haciendo una gracia y siendo su primer día, no quería causar problemas.
Salió por las puertas justo a tiempo de ver como las once sombras se cernían sobre un hombre encapuchado que sostenía algo en una de sus manos, mientras con la otra, varita en mano, intentaba repeler lanzando Expectos Patrunums hacia los dementores que querían llevarse su alma. Pero estaba tan cansado, que apenas un leve brillo salía de la punta de su varita.
Saix se preparó, buscando entre su mente aquél recuerdo que tanto le servía para invocar a su Expecto Patronum… cuando consiguió hallarlo, alzó la varita y con voz imponente recitó el hechizo.
-¡¡Expecto Patronum!!-Y de la punta de su varita salió un gran escorpión que arremetió contra las sombras. Mientras el escorpión se ocupaba de los dementores y estos huían despavoridos o intentaban, en vano, acercase a ellos, socorrió al hombre encapuchado.- ¿Está bien?
El hombre abrió los ojos y Saix notó que estaba en un estado lamentable, rozando la muerte. Era un hombre de edad algo avanzada, con incipiente barba cubriendo su rostro, cejas pobladas, ojos claros y cabello canoso rubio. El hombre le reconoció y le agarró de los hombros.
-Saix…-Dijo, con voz entrecortado.-Menos mal que has sido tú y no otro…
Saix reconoció la voz del encapuchado, abriendo mucho los ojos, sin esperarse que un viajo conocido suyo, participante de su pasado, estuviera entre sus brazos, moribundo y habiendo sido atacado por dementores.
-Luxord… por todos los diablos, ¿qué haces aquí?-Preguntó, sacudiéndole para que este no se durmiera, temiendo algo por su vida. Y miró a su alrededor.-Esto que has hecho ha sido un suicidio, condenado diablo.
Luxord le miró con pavor en sus ojos claros.
-Tenía que hacerte llegar esta información como fuera…
-¿Información?
-Saxan me matará por ello… pero no me importa, mi vida ya ha llegado a su cumbre y puedo morir en paz…-Las palabras de Luxord sonaban sinceras.
-¿Qué información es esa, viejo amigo?-Preguntó Saix, notando como la vida de su amigo se escapaba.
Luxord le entregó lo que tanto había guardado con recelo entre sus manos. Se trataba de un sobre algo andrajoso y amarillento abierto y mal cerrado después, con el nombre del profesor en el destinatario y nada en el remitente. Un viejo sello de un reloj, descansaba en la parte superior derecha. Saix lo tomó entre sus brazos y volvió a mirar a su amigo. A cada segundo que pasaba notaba que su corazón latía más despacio, hundiéndose en la inmensidad de la muerte que enviaba a la Parca a buscarle para que subiera a su barco y recorriera junto a ella la Laguna Estigia para llegar a los Infiernos. ¿Por qué a qué otro sitio podría ir Luxord?
-Vamos, viejo lobo, te llevaré a la Enfermería…
-No, Saix, yo me quedo aquí… y por fin podré volver a ver a mi querida y amada Maggie… La añoro tantísimo…
Saix le observó en silencio.
-Utiliza bien esa información, Saix, y ten cuidado con Saxan…-Y fue cerrando lentamente sus ojos, a la vez que le dejaba una carta del as de picas.
Saix esperó a que muriera, acurrucado entre sus brazos y sintió lástima y pena por él. Su vida había sido sufrimiento y dolor uno detrás de otro. Asintió, guardando aquel valioso sobre en un bolsillo de su túnica y observó como los dementores ya se habían alejado de allí y el escorpión había desaparecido. Se levantó del suelo, aún con la carta del as de picas entre sus dedos, observándola.
¿Y qué demonios tenía que hacer ahora con el cadáver? ¿Comérselo?
Sonrió, se alejaba de su pasado oscuro y este le perseguía… así que iba a resignarse y que fuera lo que el Bendito quisiera. Si la oscuridad aparecía de nuevo en su vida, no le daría la espalda, pero tampoco dejaría que le absorbiera por completo como le pasó la última vez. Esta vez Saxan no le ordenaría ni llevaría las riendas de su vida, porque esa libertad que había saboreado aquellos años en los que había escapado como un preso fugado, ahora él era quien dictaba su destino. Él y solamente él.
Con un movimiento de varita levantó el cadáver de su buen amigo y comenzó a caminar hacia el Bosque Prohibido, allí los animales carroñeros se ocuparían de él. Y le dolía en el alma tener que hacer aquello, Luxord se había convertido en un gran amigo en los años que había dependido tanto de Saxan, pero no le quedaba otro remedio. Si Luxord estaba en lo cierto, debía tener cuidado con todo… y llevar un cadáver dentro de Hogwarts no era tener precisamente mucho cuidado.
Siguió utilizando el encantamiento Wingardium Leviosa hasta llegar a las lindes del Bosque Prohibido y allí, lo dejó con cuidado.
-Descansa en paz, Luxord, amigo y compañero. Y que encuentres allí donde estés a tu ser más querido…-Susurró, a modo de entierro. Y esperó un minuto observando el cadáver. Comenzó a oír como las criaturas del Bosque Prohibido le miraban y esperaban ansiosos su marcha para acercarse, observándole y arrastrándose entre las sombras.-Y sobretodo… perdóname…
Y se alejó, guardando su varita y rozando con sus dedos el sobre, de nuevo hacia el Castillo, con paso imponente y mueca impenetrable. Lo sacó, al estar ya entre las reconfortable paredes del Castillo y abrió el sobre sacando una hoja amarillenta donde había escrito algo, reconocía esa letra… y solo podía acudir a una persona para contarle aquello…
****
Ajenos a lo que pasaba en los Terrenos de Hogwarts, en las mazmorras, en la sala común de Slytherin, los alumnos terminaban sus deberes o simplemente charlaban pasando el rato entre amigos y compañeros. Unos reían, otros pedían silencio porque leían, y otros, simplemente estaban allí sentados, observando todo.
Uno de ellos era Edward Black, que aún con su uniforme de Quidditch y el cabello revuelto improvisado en una coleta mal hecha, estaba sentado en uno de los sillones verdes junto a la chimenea, observando el crepitar del fuego a la vez que dejaba vagar sus pensamientos y sus sentimientos. Suspiró, todo le pesaba más de lo normal, sintiendo que se hundía en un mar de desdichas y repulsión a si mismo.
Ansiaba tanto poder ser quién era siempre, sin tener que temer por lo que los demás pensaran de él, por lo que su familia pudiera llegar a averiguar sobre como era en Hogwarts…
Su familia, acérrima a aquella estúpida teoría de la sangre limpia y su repulsión a todo lo que no tuviera que ver con la magia, le obligaba a ser quien no quería ser… Un arrogante y egocéntrico estúpido. Y cada vez le costaba más no mostrar interés en las conversiones de sus padres y su repulsivo concepto de sangre sucias en Hogwarts. Igual que cada vez le costaba más mostrarse como él quería con sus amigos, temiendo que un día, el ser despreciable y pijo que sus padres habían creado, saliera a la luz y le dejaran solo.
Él nunca iba a ser lo que sus padres esperaban de él, lo sabía. Nunca llegarían a conocerlo como deberían. Simplemente quería ser real, no una personaje ficticio en su mente que se modelaba con el entorno. Sentir lo mismo que los demás… como si fuera uno más sin tener que estar pendiente de que sus padres le riñeran o replicaran de sus actos.
Todo era tan jodidamente difícil, y eso que estaban en los supuestos buenos tiempo. Pero siempre había un grupo de personas que tenían que estropearlo todo, como si no hubiera bastante con lo que ya había.
Con lo feliz que era él siendo él mismo, capitán de Slytherin y un alumno brillante en según que asignaturas. Tenía su grupo de amigos, con los que le gustaba convivir y con los que había compartido muchísimas anécdotas que ocultar a sus padres. Por que le gustaba como eran ellos… le hacían sentir vivo, real, como nunca se había sentido antes. Tendría que esconderse eternamente bajo aquella mascara hasta que se atreviera a quitársela y afrontarse a todo lo que en aquel instante podía con él. ¿Cuánto tiempo tendría que esperar? Ni él mismo lo sabía…
-¿Edward?
Edward salió de su ensimismamiento y quitó la vista del fuego para posarla sobre Alice, que le miraba preocupada.
Y ahí estaba la reina de su corazón, la causante de sus sufrimientos, la señora de su alegría y la sonrisa que hacía que se derritiera por dentro. Porque aquella chica le había hecho sentir cosas inexplicables para él, cosas maravillosas, cosas que ocupaban su mente y su corazón y le hacían seguir hacia delante en la mentira que se había convertido su vida. Porque su corazón hacía más ruido que un cañón cuando ella estaba cerca, sus sentidos se disparaban cuando le tocaba y su mente la imaginaba entres sus brazos, abrazándola con dulzura, besándole el cabello y absorbiendo su aroma.
Carraspeó la voz, sacudiéndose para quitarse el atolondramiento.
-Alice… Dime.
Alice se sentó en el sillón a su lado.
-Te veía solitario.
-Solo pensaba tácticas para el partido del fin de semana. Te aseguro que podemos ganarlo.-Mintió, tejiendo aquella mentira.- ¿No crees?
Alice se encogió de hombros, pensativa.
-Si, podríamos ganar… aunque tendremos que entrenar un poco.-Contestó, observando la Sala Común.
Edward la observó sin que ésta se diera cuenta y en aquel momento la sintió tan lejana e inaccesible…
-Desde que llegamos te noto extraño.-Alice se giró para mirarla.- ¿Te ocurre algo?
Edward se puso tenso.
-En absoluto… es solo el cambio de ambiente. Deseaba volver a Hogwarts y al llegar… pues no sé…-Explicó, brevemente, intentando no mirarla todo el tiempo a aquellos ojos que le vencían.-Tú también estás extraña…
Alice le miró confundida.
-¿Yo? ¿Por qué?
Edward fue a contestar, pero de pronto una Quaffle de juguete cayó en el regazo del chico y este la miró confundido.
-¡Ed, aquí!
Edward y Alice levantaron la mirada hacia Dorian, que jugaba con Jacob y Neo a pasársela entre ellos.
-¡No, no, a mi!-Exclamó Neo, empujando a Dorian y poniéndose delante de él.
Edward sonrió, ahí estaba su mundo particular, donde no tenía que fingir quién era… solo procurar no meter la pata. Como había estado apunto de hacer con Alice.
Le lanzó la Quaffle a Jacob, que no se lo esperaba y le sonrió, y de nuevo comenzó a jugar con los dos otros chicos.
Alice observó a Edward, y sonrió al verle sonreír, pues tenían una de las sonrisas más bonitas que había visto en su vida y le encantaba verle sonreír. Aunque pocas veces el chico lo hacía. Y cuando Edward se giró, aún sonriendo por observar a los chicos jugar, y clavó su mirada ambarina en ella, no pudo evitar sonreírle con efabilidad.
-¿Qué pasa?-Preguntó Edward, al ver como Alice le miraba y sonreía, y no pudo evitar el sonrojarse y desviar la mirada de nuevo a sus amigos.
-Nada… solo que me gusta tu sonrisa.
Edward volvió a mirarla, con seriedad.
-¿De verdad?
-Sí, es una de las sonrisas más sinceras que he visto en mi vida.-Dijo.
Edward volvió a sonrojarse.
-¿Lo estás diciendo por cumplir? Me refiero, a por lo que te dije esta mañana de que eras especial y eso…-Dijo Edward, mostrándose receloso ante la situación.
Alice negó con la cabeza.
-No… aunque me halagaste con eso, lo he dicho porque me apetecía y porque es verdad.
Edward sintió que flotaba.
-Gracias…
Y así estuvieron hablando y riendo entre ellos como solían hacer el año pasado, uniendo aquel estrecho lazo de siempre, sin que nada les molestara…
Y justo cuando Edward sentía que podía hablar de todo con Alice, por la puerta que daba a la Sala Común, entró Allen con una chica hablando. Edward ni reparó en ellos y siguió contándole a Alice como de pequeño había ido con un tío suyo a un parque de atracciones muggles pero Alice observó a Allen y su mirada se entristeció y bajó la cabeza. Edward se extrañó y observó a Allen, sin entender qué le ocurría a la chica.
-¿Te pasa algo con Allen?-Preguntó, recordando que la chica se había visto mucho con él.
Alice miró a Edward y le sonrió cansadamente.
-Nada importante…
-Puedes contármelo… sabes que somos amigos desde siempre y hay confianza.-Se apresuró a decir Edward, y en un acto de valentía, le cogió la mano y se la estrechó.-Puedes contar conmigo para lo que sea…
Alice miró su mano entrelazada con la de Edward y la apretó sonriendo. Sentía que podía contarle todo a Edward, sin importar el qué, que él no la iba a juzgar ni la iba a soltar la mano.
-Pues que estoy enamorada de un cafre, que encima de que siempre soy el blanco de sus bromas y de sus necedades, tiene novia y no tengo ninguna posibilidad con él. Pero claro, yo no pienso en las putadas que me hace ni en los malos ratos que me hace pasar… y siento que ya no puedo mas. ¿Me entiendes? Que sé que quiero a Allen, pero que nunca estaremos juntos.
Edward se sintió desfallecer, dejó de apretar la mano de Alice y supo en aquél mismo instante, que su corazón se había roto en mil pedazos y que ahora lo que bombeaba su sangre era algo invisible. Trago saliva, a la vez que pestañeaba lentamente. Y dejó su dolor atrás… no pasaba nada, era un bache, un bache que solo él podía traspasar y puso su mejor sonrisa, forzándose, pero lo hizo.
-No te merece, alguien que no ve lo especial que eres y encima, te hace todo eso, no merece ni que le mires a la cara.-Dijo, apretándole la mano para infundirle fuerzas.- ¿Sabes qué? Que deberías buscarte un ligue y mostrarle que no puede contigo… para que vea que lo que se pierde. Que no es poco. Puedes comerte el mundo si quieres, Alice, y eres capaz de todo lo que te propongas.
Alice escuchó las palabras del chico y no pudo reprimir las ganas de abrazarlo y lo hizo.
-¡Aish, pero que bueno que eres conmigo!-Dijo, feliz.-Si es que no me merezco un amigo como tú…
Edward no contestó, aprovechando ese corto tiempo que podía tenerla entre sus brazos, de absorber su aroma en su cabello… Y olía tan bien, a romero.
Cuando se separaron, Edward se recostó en el sillón y Alice se fue con Jacob, puesto que el plan de Mara aún seguía hacia delante.
Cuando Edward se quedó solo, no tuvo mucho tiempo para pensar, puesto que Dorian se dejó caer en el sillón que había ocupado Alice.
-¿Qué pasa, tigre?-Preguntó, mirando a su amigo con una sonrisa pícara.-En el país de la Maravillas con Alice, ¿eh?
Edward le fulminó con la mirada.
-No sabes nada…
-No hasta que me lo cuentes, y no creo que tardes mucho con esa cara de acelga seca que se te ha quedado. Cuéntale al tito Dorian, anda.-Le apremió, cruzando las piernas y mirándole.- ¿Y bien? ¿Qué te ha dicho tu Alice para que pongas esa cara?
Edward maldijo el día en que le afirmó al chico que sentía algo por Alice, en qué momento abrió su bocaza y le dijo a Dorian, encima a él, que se había enamorado de Alice.
-Está enamorada de Allen.-Gruñó, por lo bajo.
Dorian le miró con interés.
-¿Allen?
-Sí… y él, como es de esperar, no le corresponde porque ya tiene novia, pero aún así ella esta pilladísima por él.-Comentó Edward.-Mi vida es una broma de mal gusto.
Dorian le revolvió el cabello.
-Yo, si fuera tú… me lanzaba a por ella. Cuando están vulnerables es cuando más pillas…
-Pero yo no soy como tú.
-Pues entonces pártele la cara a Allen y dile que deje en paz a Alice. Es lo justo, es el único aquí que no sufre… si le partes la cara, el dolor le hará sufrir.
-Vuelvo a repetirte que no soy como tú.-Siseó Edward.
Dorian suspiró, con la Quaffle aún en sus manos.
-Pues entonces jódete y no me pongas esa cara de acelga revenida…
-¿No era seca?
-¿Qué más da? La cara de acelga la tienes igual.
Edward gruñó y Dorian sonrió, lazando la Quaffle hacia arriba y observó la Quaffle y luego a Allen y una sonrisa maliciosa apareció en su rostro como una idea descabellada.
-Oye… ¿jugamos?-Le preguntó a Edward, que volvía a mirar el fuego.
-No tengo ganas…
-¿En serio?
Y lanzó la Quaffle con toda su fuerza hacia Allen y le dio en plena cabeza, quitándole del golpe las gafas. El golpeado buscó a su lanzador y clavó su mirada en los dos chicos.
-Se te fue un poco, Edward.-Dijo en voz alta Dorian.
Edward miró a Allen y luego a Dorian con los ojos como platos.
-Eres… eres…
-Tú mejor amigo y tu ángel guardián, baby.
****
Christian entró en la Sala Común de Slytherin tras dejar a Ozy en la suya… se sentó en uno de los sillones junto al fuego y allí se quedó mirándolo traquetear. Estaba solo, como era de esperar a aquellas horas… pero lo agradeció. Necesitaba pensar y cuestionarse aquello que había sentido con el beso del muchacho… Porque, por muy precipitado que pudiera llegar a sonar, le había gustado el beso en la mejilla.
Inconscientemente se llevó la mano a la mejilla donde los labios del chico le habían regalado el beso y la acarició con prudencia.
Y las dudas salían a flote… porque, aunque siempre había pensado que era diferente a los demás, ahora más que nunca dudaba en si lo era de verdad. Nunca antes le había besado un chico, aunque fuera en la mejilla, y aquello le había aturdido por completo…
Mientras, en la misma posición que él, lo que en la Sala Común de Ravenclow, Ozy observaba el fuego sentado frente a éste, sin saber si arrepentirse por lo que había hecho o simplemente dejarlo pasar… pero claro, había sentido muchísimas ganas de hacerlo… y no sólo era el agradecimiento por haberle salvado la vida en el puente, simplemente había tenido ganas de hacerlo, y aquel había sido el momento indicado. No se había parado a pensar en el chico en aquel aspecto hasta ese momento.
Se abrazó las piernas, iluminado por la tenue luz del fuego crujiente y maravillándose por sus flameantes llamas consumir la leña.
Ahora solo temía que al chico, su beso, le hubiera sentado mal… Pero claro, ni si quiera había esperado a tener reacción ante el beso por miedo al rechazo…
Cómo había empezado aquel año… cuesta abajo y sin frenos.
Christian, cansado ya y con sus párpados pesándole por el inminente sueño, dejó atrás el sillón y se fue directo a su habitación, bostezando y sin darle más rodeos al asunto. Había estado pensando también sobre el encapuchado y las sombras… al igual que Ozy, y ninguno de los dos sospechaba nada sobre el profesor Saix… pero claro, ninguno de los dos sabía que Luxord buscaba a Saix ni que tenía que hacerle llegar una información sumamente importante…

****

Enid corría por el pasillo camino al patio de transformaciones a toda prisa. Se había quedado dormida y la clase hacía cinco minutos que había comenzado. Había subido de nuevo a los dormitorios de Gryffindor para quitarse del pelo restos del huevo que habían utilizado Alice y Allen como munición en una de sus acostumbradas batallas campales de comida matutinas. Por lo general, ya estaba acostumbrada y versada en el arte de esquivar comida voladora con cierta celeridad, pero aquella mañana estaba medio dormida y le dio de lleno en la cabeza.
Si llegaba tarde, juró para sí misma, mataría a Allen con algún tipo de hechizo retorcido…
Mientras estudiaba las maneras a cada cual más improbable de matar a una persona con un Wingardium Leviosa, se percató de que había alguien más en el pasillo desierto que esperaba junto a la puerta del despacho de Saïx.
Nunca antes lo había visto, de hecho, parecía mucho mayor como para ser un alumno, pero demasiado joven como para ser un profesor. Estaba apoyado contra la pared con aire distante y la vista desenfocada. Seguramente no había notado su presencia, pues no parecía para nada alerta. Más bien sugería que en ese preciso instante nadaba por un mar de recuerdos y oscuros pensamientos al que ella no podía siquiera asomarse. Sintió por un instante una punzada de tristeza al, finalmente, pasar junto a él y cruzar una mirada con esos ojos celestes.
Sin darse cuenta, había reducido el ritmo de la carrera y en ese instante, simplemente se hallaba caminando, curiosa, mirando descaradamente al desconocido, que al fin reparó en ella, con un sobresalto.
-¡P-Perdona! Es que como no… no te había visto antes por aquí…
El chico pareció aterrarse durante un segundo, antes de ponerse a la defensiva finalmente y apartarse un poco de ella.
-No es de tu incumbencia quien sea yo, así que sigue tu camino…
Contestó, con frialdad, pero sin mirarla a los ojos. Tenía la cabeza gacha y no alcanzaba a ver sus ojos tras su pelo castaño oscuro despeinado y largo.
Enid bufó, ofendida sin saber muy bien porque le molestaba tanto que aquel chico le hablara de aquella manera.
-¡Oye! ¿Quién te has creído que eres? ¡No puedes hablarme así!
El muchacho sonrió con malicia, como si le hiciera gracia, contrastando con la expresión de profunda melancolía de segundos antes.
-¿Ah, no? Perdona su majestad ¿Podría mover su real pandero hasta la siguiente clase? Aquí no se te ha perdido nada.
-¡¡Pero bueno!!
Gritó Enid, furiosa, sacando lo primero que encontró en la mochila y golpeando con él al chico justo delante de ella, que resultó ser un bote con sanguijuelas para la primera clase de pociones. La tapa, mal cerrada, se desprendió justo en el instante en el que impactó contra la cabeza del desconocido, derramando un par de ellas, aderezadas con un jugo oscuro y pegajoso por su pelo. Sólo unas milésimas de segundo recapacitó sobre lo que acababa de hacer. Recién levantada y con un cabreo del quince, no había podido contenerse ante las provocaciones del chico y había acabado dejándose llevar demasiado.
El muchacho la contempló, sin poder dar crédito, con una cara de espanto algo cómica, antes de llevarse las manos al pelo y coger una sanguijuela. La puso justo delante de sus narices, como si no pudiera creer lo que aquella niña acababa de hacerle, escrutando aquel repugnante bicho, que se retorcía buscando algo a lo que aferrarse.
-… Te mato…
Susurró, aún en estado de shock, mientras Enid echaba a correr, sin poder contener una suerte de risa nerviosa que acababa de invadirla.
-¡Ha sido sin querer!
Gritó, reprimiendo una carcajada, mientras el chico la cogía de la mochila y hacía pender sobre su cabello rubio una sanguijuela que había sacado de su propio pelo, con una teatralidad exagerada e infantil.
-¡Ahora verás, enana!
Declaró, riendo al fin él también. La chica se revolvió, soltando la mochila y echando a correr, lejos de él, sacándole la lengua.
-Para tener tan mala leche, eres un poco paquete ¿no crees?
El chico la miró, al principio ofendido, pero finalmente acompañando las risas de ella mientras se sacaba sanguijuelas del pelo y trataba de lanzárselas a Enid.
-Mira qué asco… No te quedarás impune, que lo sepas… sé dónde vives.
-Que perspicaz… ¿Lo has sabido por el uniforme?
Se mofó ella, acercándose para coger su mochila con recelo, casi segura de que no le quedaban más sanguijuelas en el pelo que lanzarle.
-Me llamo Enid ¿Y tú eres...?
-Lance ¿Se puede saber que estás haciendo?
Cortó una tercera voz grave procedente del despacho del profesor. La expresión alegre de Lance cambió al instante, remplazándola por una de terror intermitente. El propietario de aquella voz era un hombre de cerca de cincuenta años, rubio y de aspecto robusto, con unos ojos igualmente claros. Estaba mortalmente serio, y su palidez contrastaba con la ropa negra que llevaba, el mismo color de la túnica de Lance.
-N-nada, Marco.
Tendió la mochila a Enid sin mirarla y comenzó a avanzar en dirección a aquel hombre con la mirada clavada en el suelo. Enid dio media vuelta, segura de que había hecho algo que había causado problemas a aquel chico. No tenía ni idea de que podía causar tanto miedo en él, pero sintió de repente una profunda aversión por aquel hombre, Marco. Se volvió, y para su sorpresa, el hombre también la miraba. Con rencor.
Siguió caminando, ya sin volverse pero aún sintiendo la mirada de aquel extraño personaje fija en ella. Era una auténtica lástima, porque había sentido como si ella y aquel chico ya se conocieran de antes… viejos amigos…
De repente, volvió a acordarse de que llegaba tarde. Probablemente, el profesor seguía en el despacho, pero aún así, preferiría que no la viera, con lo cual, echó a correr de nuevo.


Marco le dedicó una última mirada fría con sus ojos de escarcha a Saïx, antes de comenzar a caminar hasta la entrada principal de Hogwarts… Cuantos años hacía que no pisaba aquel enorme castillo. A su lado, lance caminaba lentamente, con la mirada clavada en las baldosas. De su pelo aún goteaba el efluvio oscuro que Enid había derramado.
-Lance ¿Se puede saber que hacías?
Preguntó, con un tono que sugería una profunda decepción y reproche.
El chico guardó silencio, antes de responder con sencillez.
-Lo siento.
Marco alargó la mano hasta él, recogió la última de las sanguijuelas y la contempló un momento, llevándola hasta donde él la pudiera ver.
-No debes acercarte a ellos, aunque ahora debas venir hasta aquí a menudo. No son como nosotros… Y por un momento, me has dado tanto asco como ella.
Lance continuó sin decir nada, caminando con la vista ahora fija en la sanguijuela.
-Y no quiero eso… Porque tú no eres así, Lance. Y no quiero tener que repetírtelo… Van a acabar mal, como debieron hacerlo con el alzamiento hace años del Señor tenebroso…
Y antes sus ojos, aplastó la sanguijuela. Un rastro de sangre espesa y oscura se escurrió de entre los dedos marfileños de Marco, manchando las baldosas del pasillo de Hogwarts con un corrupto tono carmesí.
-¿Te duele la marca?
Preguntó, de improviso, dirigiendo la vista a la manga izquierda de la túnica del muchacho.
-Aún arde… sobre todo por las noches…
Comentó en voz baja e impersonal, acostumbrado en su completa sumisión a Marco. Por unos momentos, antes, había olvidado a su maestro. Había atisbado la felicidad que hacía tanto que no tenía.
-Eso es muy bueno, Lance… se está curando. Ya eres uno de los nuestros de pleno derecho.
Sin embargo, el chico no estaba tan convencido de la alegría que ello debería aportarle…
*****
-Asco de clases…asco de deberes… ¡Asco de vida!
Gritó Dorian, mirando de arriba abajo el pergamino donde había apuntado Alice todos los deberes para el lunes. La chica puso una sonrisa de circunstancias, mientras daba palmaditas en el hombro a su amigo.
-Venga, no es para tanto… Los hacemos entre todos, Allen, Edward, Sally, tú y yo.
Dorian bufó, enfadado con el mundo.
-Uy, sí, seguro que Edward se pondrá loco de euforia cuando le cuente el planazo del finde…
Alice le arrebató el pergamino de un tirón y lo guardó en su mochila, algo extrañada por el comentario del chico.
-¿Hay algo que no me hayas contado, Dorian? Porque te recuerdo lo bien que se me da el hechizo levicorpus, y no te vendría mal que la sangre de tu cuerpo se concentrara en otra parte de tu anatomía para variar…
-Ja, ja, muy graciosa, Alice… Que sepas que yo soy muy, muy, muy sensible cuando quiero.
La chica le dedicó una mirada escéptica antes de preguntar de nuevo.
-¿De qué color son los ojos de la última chica con la que te liaste? ¿Sabrías decirme al menos su segundo apellido?
Silencio.
-Lo suponía…
Dijo, simplemente, antes de seguir caminando, dejando a Dorian pensativo en el centro del pasillo, con los brazos cruzados tratando de recordar si quiera la cara de la chica con la que se había liado la última vez… o el nombre.
-Eh, espera. He dicho “cuando quiero”.
-Nunca quieres, Dorian…
Se mofó ella, bajando las escaleras giratorias, saltando en el último momento hasta el primer peldaño de éstas. Dorian esperó pacientemente al otro lado a que las escaleras tuvieran a bien volver a pararse delante de sí. Alzó la voz, para que la chica, que se alejaba despreocupada, le escuchara.
-Bueno, al menos no soy un enamoradizo, como todas vosotras, chaqueteras.
La amarga carcajada de Alice rompió el efecto ofensivo que había querido darle a la frase. Por suerte, ninguno de los alumnos prestaba demasiada atención a la conversación.
-Ojala fuera una chaquetera en eso, Dorian.
-Ya, ya… Desde luego, es que has fijado el objetivo algo lejos…
Alice se volvió hacia él, sorprendida.
-¿Tú no…? Oh…
Comprendió, al fin.
-Edward… le voy a matar…
Dorian se apresuró a inventar una excusa que exculpara a su amigo, sabedor de que había metido la pata hasta el fondo.
-No, no… ¿Edward? Si ni siquiera sabía que se lo habías contado… Alice… se te nota muchísimo en cómo le miras y como le tratas. No me extrañaría que incluso Zoe lo supiera.
-Ya…
Suspiró, dando por ciertas las palabras de Dorian. Hoy no estaba con ánimo de ver a Allen. Tal vez pudiera darle esquinazo. Él estaría mejor comiendo con su novia, que para algo era tal ¿No?
Entonces ¿Por qué era a ella a quién llamaba cuando se aburría? ¿Cuándo quería dar una vuelta? ¿Cuándo tenía hambre y no tenía con quien bajar al comedor? ¿Por qué ella?
Dorian comenzó a intuir que el tema no había sido demasiado afortunado, así que trató de desviarlo.
-Alice, venga, anímate, mujer… Seguro que hay muchos chicos muchísimo más guapos que Allen esperando a que… Mierda…
Se interrumpió, de repente, dando un paso atrás, espantado. Alice levantó al mirada, para ver a un hombre de una edad ya considerable, pero aún así con un porte apuesto e imponente, frente a la puerta del comedor de Hogwarts. Sonrió con una expresión de Don Juan resabido a Alice.
-Buenas noches, señorita…
-A-Alice Smith.
Contestó la chica, impactada por la soltura y la voz aterciopelada de aquel hombre vestido de traje negro.
Dorian, por su parte, ya comenzaba a recuperarse del espanto que le invadía. Ahora era vergüenza ajena lo que sentía hacia aquel hombre.
-¡Tienes ya una edad para estas cosas! ¿Sabes, viejo verde?
El hombre rió, acercándose al Slytherin, al tiempo que este retrocedía como amenazado por una bestia silvestre.
-Dorian ¿Cómo eres así conmigo? Con lo que yo te quiero… La gente va a pensar que nos llevamos mal…
-¡¡Es que nos llevamos mal!!
Espetó, sacando la varita y apuntando al extraño. Alice cogió del brazo a Dorian, alarmada.
-¿Pero qué haces? ¡Sea quien sea, esto podría ser peligroso para él!
Hubo un leve forcejeo entre los dos chicos, mientras Dorian trataba de explicarse.
-No tendré esa suerte de herirle… bicho malo nunca muere…
-¿Qué narices te ha hecho este hombre?
Por fin, Alice arrebató la varita al joven Slytherin, y el desconocido se lanzó a la carrera tras él.
-¡Vuelve aquí, jovencito!
La chica observó, incapaz de creer tal actuación ajena a las miradas de los alumnos de Hogwarts por parte de aquellos dos. Finalmente, Dorian regateó al desconocido y se escondió tras ella, usándola como escudo humano.
-¡Ni loco!
-¡¿Pero quién es este hombre?!
Dorian asomó con cautela, cual soldado en misión de exploración, sobre el hombro de Alice.
-¡Que vil artimaña esconderse tras una señorita!
Exclamó el hombre trajeado, sacando un paraguas de la nada y empuñándolo cual espada con una sonrisa pícara en los labios.
-Es Harold, mi padre… por desgracia.
Suspiró el chico, mientras observaba a su progenitor bajar el paraguas entre risas.
-Un placer, señorita Smith.
Comentó, cogiéndole la mano y arrodillándose para besarla, lo que hizo que se sonrojara hasta la raíz del cabello y que todos los alumnos observando el espectáculo alrededor estallaran en carcajadas.
-¡Eh, vale ya! A buscarte ligues de tu edad, Papá.
Le gritó, aunque ya saliendo de detrás de la chica. Su padre le revolvió el pelo negro azabache, como el suyo mismo, y le sonrió.
-La casa no es la misma sin ti, Dory.
-Ya, ya, ya… supongo que seguirá llena de tus amantes ¿no? A la abuela le va a dar un ataque un día de estos…
Harold no pudo más que reírse de las desvergonzadas y naturales acusaciones de su hijo, ante la extrañada y divertida mirada de Alice.
-Sabes que esa mujer nos enterrará a los dos, Dorian. Tú lo has dicho ¡Bicho malo nunca muere!
El chico alzó una ceja y sonrió con cierto aire afable que pocas veces usaba en Hogwarts, sino era con Edward.
-Y que lo digas, viejo.
****
Jacob Zabinni observó con desdén a Allen Chaplin a través de los cristales empañados, de camino al invernadero de botánica donde él se encontraba. Era una auténtica suerte que se viera tan poco con Zoe. De otro modo, le hubiera destrozado. Jugueteó con una piedra entre las manos. Iba solo.
Y a pesar de lo tentador que era eso, se contuvo de salir y comenzar a caminar hacia él. Si le hacía daño a Allen o le contaba lo que había pasado dos años antes, no se lo perdonaría nunca…
¿Pero qué más podía perder ya que no se hubiera convertido en polvo el mismo día en que la encontró llorando en el lavabo de Myrtle?
Todo lo que había creído cierto, todo lo que había amado ese día se esfumó. A él no le hubiera importado en absoluto, lo que sentí estaba muy por encima de los recientes descubrimientos de Zoe. Pero a ella si le importaba, y mucho.
Jacob no comprendía cómo había podido ser capaz de rehacer su vida sin él de aquella manera. Tan rápido, mientras él aún tenía las heridas abiertas, recientes, frescas.
En cambio, ella ahora salía con Allen…
A pesar de la traición que sentía en aquello, supo que una sola palabra, una simple mirada, algo, le haría perdonarla.
Sin embargo, Zoe no le volvería a mirar a la cara nunca más.
Maldijo el momento en que se acercó a ella y el mismo día de su nacimiento. Pues ahora no podía olvidarla…
Pudo observar como Allen se acercaba a un grupo de alumnos que practicaban las lecciones de botánica de la semana y levantaba la mano con jovialidad, mirando a una de sus compañeros.
-¡Tetitas McNuff!
La chica agachó la cabeza, abochornada, deseando que la tierra se la tragase, mientras el resto de chicos se reía.
-¡Tu padre, Allen!
-Deberías estar contenta, ya tienes nombre artístico…
Jacob alcanzó a recordar que se llamaba Alice. Estaba en el equipo de quidditch con ellos ese año.
-Por si me hago actriz porno ¿No?
Suspiró, cansada ya de la broma. Le daba la ligera impresión de que debió pararle los pies al respecto el año anterior…
-Querrás decir “para cuando me haga actriz porno” ¿Me firmarás un autógrafo?
Preguntó, con tono ilusionado y una sonrisa de oreja a oreja. La chica le lanzó una mirada asesina que hizo dar un paso atrás a Alphonse Riddle, junto a ella.
-No-seré-actriz-porno.
Declaró ella, recalcando cada palabra con cuidado y seriedad.
-Jo… lo que me hubiera podido reír yo.
-Recuérdame por qué somos amigos, anda…
Dijo ella, exasperada, mientras cogía un par de hojas de láudano distraídamente.
-Porque no puedes vivir sin mí.
-Eso será, sí…
Contestó, poniendo los ojos en blanco y reprimiendo una sonrisa bobalicona.
En ese momento, Jacob decidió que no podía seguir allí escuchándole. Le ponía enfermo.
Comenzó a caminar hacia la salida, mientras el chico seguía bromeando con su amiga y al pasar a su lado, no pudo evitar empujarle, haciéndole chocar con la mesa sobre la que depositaban las hojas los alumnos.
-¡Lo siento!
Masculló Allen, sin ninguna respuesta a cambio por parte de Jacob, que ni siquiera se volvió a mirarle. Sentía la rabia hervir en sus venas, y si se hubiera detenido, probablemente hubiera acabado golpeando al chico.
Alice le siguió con la mirada, con el ceño fruncido. Había algo que no le cuadraba en él. Hasta entonces había sido muy amable.
-Si ha sido él quien ha chocado contigo… hay que ver lo amable que eres con TODAS las demás personas…
-Es que tú no eres persona, eres… una mascota.
Edward hundió la cabeza de nuevo en su trabajo, intentando hacer como que no había escuchado nada.
Aún así, Alice no estaba del todo segura de que lo de Zabinni fuera simplemente un mal día…
****
Agus y Mara caminaban por los pasillos del Colegio con rumbo a la Torre de Gryffindor.
-¿Has podido hablar con Alice sobre el tema que nosotros sabemos?-Preguntó Mara, empezando a subir las escaleras.
Agus, que iba en silencio a su lado la miró sin entender.
-¿Lo qué?
Mara le miró.
-El tema ese…-Agus seguía en los mismo.-Sí, eso mismo que hemos hablado esta mañana con Enid y luego le he dicho a Alice.
-Ah, vale…di el tema de Jacob Zabinni y ya está.-Replicó Agus.
-Es por si estaba cerca, disimulaba…-Repuso Mara.
-Mara, eso solo pasa en las películas. Jacob Zabinni no está por los alrededores, ¿qué pintaría un Slytherin cerca de la sala común de Gryffindor?
Pero Agustín tuvo que comerse sus palabras, porque justo, frente a ellos apareció Jacob Zabinni, con su chaqueta de cuero y su cabello atado en una coleta. Les miraba sin entender, creyendo haber oído su nombre.
-Pues pintar, no sé que pinta… pero me gusta que pinte algo.-Susurró Mara, observando al chico y mordiéndose el labio.
Agus puso los ojos en blanco y siguió caminando, ignorando por completo a Jacob Zabinni. Mara pasó a su lado, sonriéndole, dejando perplejo a Zabinni. Los dos gryffindors entraron en la Sala Común de gryffindor y se sentaron en un sofá donde estaba Enid mirando un libro pensativa.
-¿Sabes a quién he visto?-Preguntó Mara.
-Ay Dios…-Murmuró Agust.
Enid, absorta en sus pensamientos, hizo caso omiso a Mara.
-Oye… Enid, que te estoy hablando.-Insistió Mara, pegando a Enid en un brazo.- ¿Qué te pasa?
Enid salió de su ensimismamiento.
-¿Qué? Ah… no nada…
Mara alzó una ceja.
-Enid, que nos conocemos.
Enid suspiró.
-Lo acabo de dejar con Neo…
Agus puso la oreja.
-¿Cómo? ¿La pareja de Hogwarts lo ha dejado?-Preguntó, con interés.
Enid asintió, cerrando el libro que había estado leyendo.
-¿Qué ha pasado?-Preguntó Mara.
Enid se encogió de hombros.
-Pues… sinceramente las cosas andaban frías… se lo he dicho, se ha enfadado y me ha dicho que si quería dejarlo que no me inventara cosas. Yo quería hablarle del tema… para ver si se podía arreglar, pero ya sabéis como es él… Se ha enfadado y ha dicho que si iba a echar a perder tanto tiempo. Yo me he calentado y hemos empezado a discutir… la cuestión es que al final, él ha dicho que quería dejarlo… y nada…-Explicó Enid.
Mara la observó.
-No estás muy… bueno, no quiero sonar arrogante, pero ¿estás bien, no?
Enid asintió.
-Sí… la verdad es que no me esperaba una ruptura así…
Agus la pasó un brazo por los hombros.
-Venga, Ojitos, ya ves tú… has hecho lo que debías, así que no te preocupes. Si las cosas no eran igual, has hecho bien diciéndolo.-Comentó.
Mara asintió.
-Agustín tiene razón… ahora las dos solteras… y tendrás más tiempo para maquinar mi plan de conquista de Zabinni.
Enid sonrió.
-Si, bueno… aunque supongo que es normal que sienta este vacío, ¿no?
-Claro… ya era mucho tiempo.-Contestó Agus.
Mara la abrazó.
-Venga, y no me llores…que para lloronas ya estamos Alice y yo. Ha ser felices y a seguir para adelante… Ya verás como encuentras a otro con el que las cosas no se enfríen.-Dijo Mara.
Enid asintió, y se abrazó a sus amigos.

****

-Harold… ¿Se puede saber qué demonios haces aquí? Porque supongo que no has venido sólo para humillarme…
Dorian se llevó a los labios la lata de coca-cola que habían sacado de la cafetería que habían abierto en una de las salas vacías de los sótanos de Hogwarts, su padre en cambio, llevaba un cappuccino con una pajita de Bob Esponja y daba sorbos cortos, observando como el café pasaba a través del tubo azulado del cual se encontraba Patricio colgado.
-¿Me estás escuchando? ¡Y tira eso ya, por favor!
Gritó, completamente desquiciado por la actitud de su padre, que se había sentado sobre una de las rocas al borde del lago y observaba a su hijo con una sonrisa embobada a la vez que sorbía ruidosamente su cappuccino.
-¿Cómo quieres que lo tire? ¡Fue el primer regalo que me hiciste!
Protestó, ofendido ante la sugerencia del joven. Dorian suspiró, cruzándose de brazos y buscando un sitio sobre la hierba donde sentarse sin mancharse los vaqueros.
-Por eso mismo. Con la de años que tiene, es antihigiénico… y no hace falta que la lleves a todas partes… dime por favor que no la llevas a la oficina…
-La llevo.
Manifestó Harold, efusivamente, quitándose un mechón azabache de los ojos.
-Mierda.
Dorian se echó hacia atrás, observando el lago. Las nubes (casi niebla) iban tan bajo aquel día que daba la impresión de que rozaban el agua cristalina del lago. Era una imagen preciosa solo impregnada por el aire sombrío del cielo.
-Este sitio sigue siendo tan especial como recordaba…Dime, Dorian ¿Cómo te va con la gente de por aquí?
El chico bufó, reacio a entablar una conversación personal con su padre por mucho que éste lo deseara.
-Bien, no me puedo quejar.
No estaba dispuesto a desvelar nada más que lo necesario. Ya no era un crío y se había acostumbrado a ser completamente hermético, al contrario que el resto de las compañías que frecuentaba en Hogwarts. No necesitaba a nadie a quien llorar y lamentarse, pues nunca lo había tenido, y tenía la sensación de que su padre estaba allí, con esa ridícula pajita de Bob Esponja preguntándole por su día a día precisamente por ello.
Sonrió, un poco conmovido por las intenciones de Harold, removiendo distraídamente el contenido de la lata.
-Deberías sonreír más a menudo.
Dorian hizo un mohín, sorprendido por la pregunta.
-Si yo estoy todo el tiempo sonriendo en Hogwarts cuando tú andas lejos…
-¿Y cuántas veces lo haces con sinceridad, hijo?
El muchacho calló, dándose cuenta de que su padre llevaba razón.
¿Cuántas veces estaba sonriendo a su vez, interiormente?
No quería pensar en ello en verdad. Estaba bien como estaba, sin remover un pasado que quería dejar bien atrás.
-Tú no debes de mortificarte por los errores que he cometido yo, Dorian. Sé que lo hice muy mal contigo y te hice víctima de una guerra que no era la tuya. Ella nunca tuvo derecho de hacer lo que hizo contigo…
-Vale ya…Papá, de verdad que ahora no quiero hablar de esto…
Su tono comenzó a rozar el enfado y la hostilidad. Dejó de mirar en dirección a su padre para observar de nuevo el lago. Estaba oscureciendo. Aquel condenado horario invernal de Gran Bretaña no les dejaba más que unas pocas horas de luminosidad y demasiadas de tinieblas, como lo hacía la vida misma.
-Fui yo el que la hizo sufrir, nunca debió de culparte a ti. Comprendería que me odiaras, pero si al menos eso te hiciera feliz…
-Papá, ya está bien. No me hagas arrastrar hasta aquí toda la mierda que había en casa. Hogwarts es el único sitio donde todo eso deja de existir por unos meses, así que no vengas aquí para joderlo…
Harold dejó de hablar al momento, sintiendo que su hijo no estaba en el momento indicado para sincerarse. Sin embargo, se le hacía tan difícil vivir sabiendo que había obrado de una manera tan catastrófica con él.
Y pensar que hacía años, cuando se enteró de su existencia, maldijo el momento en el que este nació.
Había estado tan acostumbrado a ser libre sin ningún tipo de atadura, y de repente, un hijo…
Un niño que le necesitaba, pues su madre había muerto, y que era su viva imagen. Esos grandes ojos azules que le anegaban toda la carita redonda y el pelo azabache largo que había llegado a detestar en un primer momento, cuando lo vio por primera vez con cinco años…
Se sentía tan miserable por ello.
Y Dorian había reflejado de una manera escalofriante todo el dolor que se había volcado en él, toda la rabia y la soledad hasta convertirse en un crío totalmente hermético y críptico. Muy pocos amigos de verdad le habían durado más de un año por su carácter. En ese momento, un fogonazo vino a la mente de Harold.
-Éste año sigues siendo amigo del crío de los Black ¿no?
Dorian seguía a la defensiva por las preguntas de antes, así que levantó una ceja, desconfiado.
-Sí ¿Por?
-Parecía majo, pero su familia está haciendo cosas raras. Sé que siempre habéis estado juntos, pero ten cuidado ¿Vale?
El Slytherin le dedicó una mirada dura y distante.
-Edward es mi amigo, casi un hermano, y nunca me ha fallado, que ya es más de lo que tú puedes decir. Porque las cosas se presenten difíciles para él, no es motivo por el que deba dejarlo tirado… Date por seguro que del lado del que esté Edward, estaré yo.
Harold suspiró. Aquellas acusaciones dolían más de lo que había pensado, y no le extrañaba nada que su hijo confiara más en aquel muchacho que en su padre. No le faltaban razones. Aún así, no pudo evitar reprimir una última advertencia, aunque le costara un poco más del rencor de Dorian.
-Ten cuidado… tenedlo los dos. Hay hijos de muggles, magos y brujas asesinados por Voldemort y sus seguidores que aún guardan rencor a los Slytherin… mucho más a los Black. Es por eso que estoy aquí, para avisar al director de que ha llegado información de que ya hay clubs organizados que se entretienen cazando Slytherins sangre limpia.
Dorian se encogió de hombros.
-Por mí no te preocupes ¿Quién iba a querer darle una paliza a un bastardo mestizo?
Exclamó con sorna, caminando hacia el colegio. Su padre le observó con melancolía, sacando la pajita aún manchada de café y metiéndosela nuevamente en el bolsillo, sin importarle demasiado las manchas.
-Cuídate, por favor…
****
La melodía de Never Alone de Barlow Girl llegaba hasta la ducha donde Edward estaba metido en el baño, apoyado en los azulejos de la ducha bajo el chorro de agua fría que entumecía su cuerpo, ensimismándole por completo. Le encantaba la versión instrumental de aquella canción, aunque el grupo tenía poco de su agrado… pero las notas del piano lograban calmarle, y la intensa letra le hacía sentir muchísimas cosas… se sentía identificado. Por en el fondo, él nunca estaba solo.
Cuando sintió que su temperatura había bajado bastante y podía llegar a ser peligroso, salió de la ducha y se observó en el espejo, con aquella cara que Dorian había denominado “acelga revenida” o “acelga seca”. Pero claro, no estaba para tirar cohetes.
Suspiró, cogiendo una de las toallas verdes con estampados plateados y se la enrolló a la cintura, sin molestarse en secarse las gotas que resbalaban por su monumental y esbelto torso. Cogió otra toalla y comenzó a secarse el cabello rubio y largo, oscurecido por el agua.
I cried out with no reply And I can't feel You by my side So I'll hold tight to what I know You're here and I'm never alone.
Se echó la segunda toalla al hombro y salió de la habitación descalzo, esperando estar solo por un tiempo más. Si se encontraba a Dorian, acabaría por arrearle al chico, si encontraba a Neo, no importaba, el chico simplemente le miraría y no le diría nada, pero si se encontraba a Allen… no sabría qué hacer o cómo reaccionar. Y menos después de lo que sabía… Había comenzado a sentir un profundo odio por el chico. Y como era de esperar, no estaba solo, aunque no se esperaba a la persona que estaba junto a su compact disc.
Cuando sus miradas se cruzaros, él desvió la suya, clavándola en el suelo.
Alice se sonrojó al verle salir del baño, sabiendo que no había hecho bien en entrar en la habitación sin llamar a la puerta… Pero claro, pensó que por la música no la habrían oído. Cual fue su sorpresa al ver a Edward semidesnudo…
-Perdón por entrar sin pedir permiso…-Se apresuró a decir.
Edward agarró el albornoz verde de Dorian, que descansaba sobre la cama de éste, y se lo puso, atándoselo.
-No importa…-Dijo, secamente.
-Toqué…pero como nadie me contestó pensé que era por la música.
-Como habrás deducido estaba en la ducha.-Edward sonaba borde, pero no podía remediar aquello aunque quisiera.- ¿Querías algo?
Alice apretó en la mano una carátula de CD.
-Pues…-Vaciló antes de seguir hablando.-Estaba mirando mis CD’s y encontré este por casualidad… pensé en dejártelo por si no lo habías oído…-Y le tendió el CD de Wishmaster de Nightwish.
Edward observó el CD y después a Alice, que sonreía.
-Es de mis favoritos…
Y Edward olvidó su enfado por la declaración de Alice y lo cogió, rozando su mano con la de la chica, que se sonrojó. Estaba tan mona, allí, sonrojada y algo tímida que le caló en el corazón he hizo que los pedacitos en los que se había roto, se unieran de nuevo, formando de nuevo su corazón que latía desbocado por ella.
-Pues no lo había oído… y tenía ganas, gracias.-Dijo.
Alice sonrió.
-Siéntate, ahora mismo lo pongo.-Dijo Edward, sacando el CD que había estado escuchando antes y poniendo el de Alice.
Alice asintió y se sentó en lo que supuso sería la cama de Edward, que, a comparación de las otras, estaba francamente bien hecha. Cuando Edward se acercó a ella y la música comenzó a sonar, un insípido silencio les acompañó. Se sentó en la cama de enfrente, la de Dorian y se miraron en silencio.
-Es muy bueno…-Comentó Edward, al cabo de algunas canciones.
Alice asintió, sonriendo. Y fue cuando la conversación comenzó a fluir, Alice le contaba como había conocido al grupo tiempo atrás y se había convertido en uno de sus favoritos y predilectos, aunque le había dolido la marcha de la antigua cantante y la de ahora no llegaba a cuajarle demasiado. Edward escuchó todo atento, oyendo la dulce voz de la chica y fascinándose cada vez más por momentos.
La conversación cambió rápidamente y de nuevo volvieron ha hablar de sus vidas, Alice relataba y Edward escuchaba como si de un niño que oyera un cuento se tratase.
Cuando la puerta se abrió de súbito y Allen apareció y les miró con asombro, los dos le miraron en silencio.
-Oh… vaya… siento interrumpiros…-Dijo el chico, observando a Alice más que a Edward.-Esto… os dejo intimidad…-Y cerró de nuevo la puerta.
Alice se levantó.
-¡Espera, Allen!-Y comenzó a caminar hacia la puerta para explicar lo que el chico hubiera mal entendido.
Edward se levantó rápidamente, agarrándole la mano a la chica.
-No te vayas…-Dijo, pero tropezó con la mochila de Dorian, que misteriosamente estaba abierta y en mala posición, y se llevó con él a Alice, cayendo él en la cama y ella encima.
Los dos chicos se miraron a los ojos, a escasos centímetros y oyendo sus respiraciones. Ninguno se separó, quizá porque en aquel momento no pensaban en eso, simplemente pensaba en el par de ojos que tenía frente a los suyos.
-Alice…-Edward pronunció el nombre de la chica con dulzura.-Yo… hace mucho tiempo que quiero decirte algo…
Alice llevó su mirada hacia los finos y carnosos labios del chico. Del cabello de Edward, que aún estaba húmedo, le llegaba el olor a menta fresca.
-D-dime…-Dijo con timidez.
-Verás…-Edward respiró por la nariz.-Yo…
Y antes de que el chico pudiera decir una palabra más, fue cuando se volvió a abrir la puerta por segunda vez, los dos giraron bruscamente sus cabezas hacia ella.
Dorian, con una sonrisa socarrona y con los brazos cruzados, les observaba atentamente.
-Vaya, vaya, vaya…-Fue lo único que dijo.
Rápidamente Alice se quitó de encima de Edward y se alisó la falda, roja como un tomate y sin mirar a ninguno de los dos chicos a la cara.
-Se-será mejor que me vaya…-Dijo, y desapareció por la puerta.
Dorian dio unos pasos hacia la cama donde Edward se articulaba, con los brazos cruzados y mueca burlona.
-Ed, Ed, Ed… como te lo montas.
-No ha pasado nada.
-Eso espero, porque llevas mi albornoz…
Edward se lo quitó y se lo tiró de mala manera.
-No. Ha. Pasado. Nada.-Dictó, con brusquedad.-Así que déjame en paz…
-Sí, sí… pero el bulto de tu entrepierna me hace dudar de que si ha pasado algo…-Se burló Dorian, señalándole con la cabeza su entrepierna.
Edward miró rápidamente hacia el lugar que le señalaba Dorian y se sonrojó inevitablemente, tapándose con una de sus almohadas, fulminó a Dorian con la mirada y se dirigió al baño. No había esperado aquella reacción por parte de su cuerpo… y solo deseó una cosa: que Alice no hubiera notado nada extraño bajo el albornoz.
-Usa una de mis revistas, que no me importa.-Bromeó Dorian.
Edward se volteó antes de cerrar la puerta.
-Yo no necesito tus estúpidas y asquerosas revistas…
Dorian sonrió, asintiendo.
-Claro, porque tienes tu propio Alice en el País de las Cochinadas… qué morboso puedes llegar a ser Edward…-Le recriminó Dorian, con la sonrisa burlona aún en su rostro.
Edward se puso rojo, pero no se sabía si de rabia contenida o de vergüenza.
-Vete a la mierda.-Y le hizo un corte de manga y cerró la puerta con estrépito.
****
Enid rebuscó de nuevo en la mochila, poniéndolo todo patas arriba. Juraría que había dejado la chapa que le había prestado Alice allí…
Por un instante, la imagen de cómo había golpeado a aquel chico con el bote de sanguijuelas bailó en su mente, comprendiendo con horror donde se le había debido caer la chapa de The Watchmen de su amiga.
Maldijo el momento en el que se le ocurrió pedir algo prestado de cada una de sus amigas para traerle suerte, porque cuando se esterara, le daría un ataque…
Era ya muy tarde, pero más le valía bajar aunque fuera para echar un vistazo al pasillo… seguramente ahora lo tendría alguien, sin embargo, no perdería nada por probar a ver si había suerte… Con mucho disimulo y un par de excusas malas, salió de detrás del cuadro de la señora gorda, en el séptimo piso, echando una ojeada por si había moros en la costa. Nada, como supuso.
Con cuidado de no hacer ruido, bajó las escaleras y vagó por los pasillos de Hogwarts. No obstante, antes de que pudiera llegar a su destino, escuchó un ruido de pasos por el pasillo. Sintiendo que sus compañeros de casa la crujirían si la encontraban merodeando por el castillo de noche y perdían cincuenta puntos por su culpa, corrió a esconderse detrás de una de las armaduras del pasillo, sin estar demasiado convencida de que fuera un escondite infalible.
Casi no pudo contener una exclamación de sorpresa al ver que se trataba del chico que había visto esa mañana. Lance.
Y ya rebasó los límites de lo que esperaba encontrar cuando descubrió que estaba lanzando al aire como si fuera una moneda la chapa de The Watchmen de Alice.
Impulsada por una confianza que no sabía bien de donde había sacado, salió de detrás de la armadura, dando un susto de muerte al chico.
-¡Eh! ¡Esa es la chapa que se me cayó esta mañana!
-¡Me cago en la…!
Gritó, sorprendido por la chica, que acababa de salirle al paso desde entre las sombras. En ese momento, Enid cayó en la cuenta de que igual no fue tan buena idea salir de su escondite sin previo aviso.
-L-lo siento… es que me ha sorprendido verte de nuevo, y más con…
-¿Tú otra vez? No te quedarás a gusto hasta que me veas muerto ¿No? ¬¬
Enid hizo un mohín antes de comenzar a reír por la cara de ofensa tan poco convincente que presentaba Lance.
-¿Qué te hace tanta gracias?
-Tú… Se supone que vas de duro y siempre acabas pringando.
Dijo, sin dejar de sonreír por la cara de molestia cada vez más acentuada del muchacho.
-Eh, eh, eh… que yo soy duro… Lo que pasa es que cansa, y no hay ganas de malgastar fuerzas con una cría…
Enid rió, pero en seguida bajó el tono, recordando que estaba en plena noche en medio del pasillo y no era muy recomendable que los escucharan.
-Por cierto… ¿Qué haces tú aquí en plena noche sin ser personal de Hogwarts?
Preguntó, intrigada. Se le estaba olvidando por momentos que el único motivo por el que había bajado era la chapa y que tendría que volver pronto si no quería que la pillaran.
-Soy personal de Hogwarts. Ayudo a Saix y el resto de profesores con el material y a vigilar los pasillos…
Se produjo un silencio incómodo por parte de ambos, y la certeza de Enid de lo que vendría a continuación, así que levantó las muñecas, juntas, y las puso frente al rostro de Lance, como si esperara que le pusiera unas esposas invisibles sobre ellas.
-Vale, me has pillado, me la cargué- Declaró, agitando las muñecas frente al chico con impaciencia. -Arréstame ¬¬
Lance comenzó a esbozar una sonrisa lentamente, y finalmente, sonó una carcajada contenida, mientras volvía la cara para que la Gryffindor no le viera desternillarse.
-Eh, tío duro, que me entrego por propia voluntad. Si no, la llevabas clara…
Dijo la chica, algo molesta por la reacción de Lance. Desde luego, era un tipo peculiar.
-Ya, ya… Anda, corre al dormitorio de Gryffindor antes de que nadie más te vea, fugitiva…
-¿No me vas a decir nada? ¿Ni a regañarme siquiera aunque sea un poco?
La chica le miró con sospecha, como si no pudiera quedarse la cosa así sin más. El chico le devolvió una mirada pícara, con una sonrisa del mismo calibre, mientras se apartaba un mechón oscuro de sus ojos celestes.
-Si te hace estar más tranquila, me quedo con esto…
Le mostró la chapa del Smiley con la gota de sangre de Alice, y la chica negó precipitadamente con la cabeza.
-No puedo, es de Alice… te traeré mañana algo que lo sustituya ¿Ok? Así estaremos en paz por no chivarte a los profesores… Si quitan puntos a Gryffindor, mis compañeros me matan…
La chica comenzó a retroceder, en dirección a las escaleras, creyendo haber escuchado más pasos, aunque quizás sólo era el sonido de un ventanal roto golpeando la pared.
-En ese caso, debería avisar a alguien… yo era de Slytherin.
Comentó, sonriéndole, lanzándole el Smiley que había encontrado adherido a su túnica por el imperdible para que lo atrapara y siguiéndola con la mirada mientras se alejaba.
-No sé porque, pero te pega.
-Ya supongo… Te dejo ir porque pienso que también estarías bien en Slytherin…
-¡Y un cuerno!
Susurró Enid, lo bastante fuerte como para que Lance la escuchara desde la distancia.
-Sí, la típica reacción Gryffindor, no hay duda. Sin pies ni cabeza. Buenas noches, Enid, que descanses.
Se despidió, volviéndose de nuevo, vagando por el pasillo y desapareciendo en la oscuridad. La chica se quedó un momento mirando en dirección a la esquina por la que había desaparecido de su vista.
-Buenas noches, Lance…Susurró, antes de subir, con el Smiley entre las manos.